'La Locanda dei Girasoli' resiste
El restaurante romano se convirtió hace 20 años en un símbolo de la integración
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Cuatro de los empleados del restaurante romano. / La Locanda dei Girasoli
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Roma
En un callejón de la periferia romana, alejado de cualquier ruta turística, se encuentra un pequeño restaurante-pizzería creado hace 20 años como una "utopía": se trata de La Locanda dei Girasoli, un proyecto pionero en el mundo al contratar casi exclusivamente a personas con síndrome de Down.
"Nos hemos caído y nos hemos vuelto a levantar, y continuaremos haciéndolo en el futuro porque creemos en ello", asegura el director del restaurante, Ugo Minghini, que lleva 14 años trabajando aquí y que conoce mejor que nadie la agitada experiencia de este "lugar fantástico" del que se declara "enamorado".
A lo largo de su historia La Locanda, con sus 17 empleados, ha estado varias veces al borde del cierre, la última de ellas a principio de este año, hasta que recibió una ayuda económica de la región del Lacio.
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La Locanda nació en 1999 por iniciativa de los padres de un hijo con síndrome de Down "con la idea de darle una perspectiva de futuro" e insertarle en el mundo de trabajo, un plan que terminó creciendo hasta convertirse en una cooperativa que emplea a personas con este síndrome, el de Williams, el X frágil y con autismo.
"El inicio fue arduo, en esa época la inclusión era equivalente a cero, pero en 20 años han cambiado muchas cosas", confiesa Minghini, quien recuerda con orgullo cómo este proyecto pasó de ser probablemente el primero del mundo a "ser un ejemplo para muchos otros lugares".
Uno de los trabajadores más veteranos y autónomos es el jefe de sala y camarero, Simone, que a sus 30 años lleva trabajando aquí 12 y no tiene más que palabras de agradecimiento hacía La Locanda, "algo muy bello" para él.
"Me gusta estar aquí, trabajar con los chicos y tener contacto con los clientes", señala Simone, quien entró aquí nada más acabar la escuela de hostelería y ahora explica a sus compañeros cómo poner una mesa, tomar una comanda o cortar los tomates que luego pondrán en la pizza.
La rutina es como la de cualquier restaurante: hacia las seis de la tarde los trabajadores van preparando el local, después cenan todos juntos, "en familia" y a las siete y media empiezan a llegar los primeros clientes, quienes eligen de entre una larga carta de pizzas y pasta.
Los empleados con síndrome de Down, o "los chicos" como los llaman en el restaurante, aprenden entre ellos tanto en la cocina como en la sala, o como dice Minghini, "trabajan juntos, y nosotros somos los supervisores, estamos ahí para apoyarles en sus pequeños errores para que mejoren".
Dentro de la cocina trabaja Emmanuele, de 30 años, que ha aprendido a preparar las especialidades típicas romanas, como la amatriciana o el cacio e pepe, en lo que define como "un buen trabajo", tanto que pide que "todos los trabajos del mundo sean como este".
Al llegar a La Locanda, los chicos hacen unas prácticas de entre dos y tres meses, "aprenden las tareas a 360 grados" y después empiezan a trabajar cara al público, explica Minghini.
"Gracias a este local pueden tener una dignidad laboral, que se traduce en dignidad humana, y esto en una oportunidad de vida", según el director de La Locanda, un lugar que ha sufrido muchos vaivenes económicos por su tamaño, la localización "escondida del mundo" y las condiciones laborales (un salario fijo y un puesto estable para todos los trabajadores).
La amenaza de cierre llegaba el año pasado y se evitó con el reconocimiento por parte de la administración regional como "embajador de la excelencia etnogastronómica", lo que dio más fama a un lugar ya conocido por los romanos.
Ahora La Locanda ha traspasado fronteras y se interesan por su ejemplo hasta desde Nueva York: "Hay muchas familias que quieren entender cómo puede ser el futuro de sus hijos en el mundo laboral", cuenta Minghini.
Hacia las ocho y media de la tarde el restaurante ya está casi lleno y la pizza a leña funciona a pleno rendimiento, mientras que los chicos se afanan atendiendo a todas las comandas. Una situación de normalidad en cualquier restaurante, pero muy especial para una Locanda que ha pasado en 20 años de "un proyecto utópico a una realidad consolidada".