La gentrificación se lleva por delante el Museo de la Radio, un bar con más de 50 años de historia
Un fondo de inversión ha comprado el edificio, situado en el Rastro madrileño, donde se ubica este emblemático local que regenta la familia de Petra y Larissa, madre e hija, desde hace más de tres generaciones
Un domingo con Petra en el bar Museo de la Radio
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Madrid
Desde hace décadas, Petra se levanta cada domingo a las 6 de la mañana para tener tiempo suficiente de pasear a su perro y cocinar la ensaladilla, las croquetas y las migas, su plato estrella, que servirá a los clientes que al mediodía acudan su bar. No está muy dispuesta a contarnos su receta, pero sí que nos desvela los ingredientes: “Es muy sencillo: pan, chorizo ahumado, panceta, ajos y… ¡ya está!”.
A sus 76 años, junto a su hija Larissa, regenta el bar Museo de la Radio, situado en la Calle de Santa Ana de Madrid, muy cerca del Rastro, uno de los mercadillos más famosos de todo el país. De los balcones de este edificio cuelgan unas enormes pancartas de denuncia donde se pueden leer lemas como: “Las casas no son hoteles”, “Bloques en lucha” o “Muflina expulsa a las vecinas”.
Muflina Investments es el nombre del fondo de inversión que ha comprado la finca y que ha obligado tanto a los vecinos del edificio como a Petra y a su hija a desalojarlo antes del próximo 29 de febrero. “En el mes de mayo, recibimos un burofax notificándonos que los dueños anteriores no iban a volver a pasar ningún recibo porque les habían comprado el edificio y (los nuevos dueños) hemos decidido que ustedes se vayan a la calle. Así, simple, sin más”.
Las paredes de este bar, como su propio nombre indica, son dignas de un museo. De ellas cuelgan más de 200 radios antiguas de todo tipo, aunque hace meses que Petra ha comenzado a venderlas para ir recogiendo, poco a poco, sesenta años de recuerdos. “No puedes hablar con ellos (el fondo de inversión) ni para negociar, porque tienes un muro de abogados delante que son los que responden. Te vas o te vas”.
Los aparatos de radio llegaron allí fruto, en parte, de la casualidad. Petra relata como a finales de los años 80, cuando salieron los transistores, la gente empezó a tirar las radios. Los barrenderos que acudían a desayunar allí, cuando el bar lo llevaba su padre y todavía se llamaba Mesón del Rastro, las traían porque, por aquel entonces, no tenían valor alguno y decían: “¡Ala, para el moreno del bar!”. En la mayoría de ellos, ahora cuelga un cartel de “vendido”. Los beneficios que saquen de su venta los destinarán a costearse un pequeño trastero donde almacenar todos los objetos que conserva con un cariño especial y de los que no se quiere desprender.
Larissa vive en el mismo edificio junto a su hijo de 3 años y también está haciendo las maletas de su vivienda: “Ya no nos quieren aquí. El barrio ya no es un barrio. Lo que quieren es gente con maletas y extranjeros”, cuenta con enfado.
El bar Museo de la Radio es uno más de los negocios que han caído durante los últimos años por culpa del proceso de gentrificación que sufren los centros de las grandes ciudades. Hablar de gentrificación, en Madrid, es hablar del día a día del barrio de Lavapiés. “Esto es un barrio sin identidad. No nos quieren aquí. Solo interesan maletas hacia arriba y hacia abajo.”, dice Larissa. Basta darse una vuelta por el barrio para comprobar que los bares de siempre, como el de Petri, están dando paso a tiendas caras o, que donde antes había una antigua sala de cine porno abandonada, ahora hay uno de los bares de moda de la ciudad.
El término “gentrificación” puede resultar un tanto extravagante, pero no es más que el proceso por el cual los vecinos originales de un barrio se ven forzados a marcharse porque otros, con mayor poder adquisitivo, quieren vivir en él. Y, desde hace ya un tiempo en Lavapiés se ven menos personas charlando en los portales y más parejas paseando a sus chiguaguas.
Solo el barrio de Embajadores de Madrid, donde se sitúa administrativamente el barrio de Lavapiés, ha perdido casi 5.000 personas censadas en los diez últimos años, según el Padrón Municipal de Habitantes de del Ayuntamiento. “Cuando mi padre abrió el bar, las puertas del barrio estaban abiertas, la gente hablaba, te conocía. También había una tienda de ultramarinos, una peletería e incluso una papelería. Era un barrio. Tú podías perder a tu hijo y te lo traían”, recuerda Petri.
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Cada vez que se cierra un negocio con historia se pierde un mundo. Petri es uno de miles de testimonios anónimos que sufre las consecuencias de un modo de entender el mercado inmobiliario que solo busca el mayor beneficio económico. “Mi mundo se ha venido abajo. Estoy con ansiolíticos, con pastillas para los nervios y ya no sé lo que es dormir. En poco tiempo he perdido a un hijo de 41 años, he superado una operación de colón y ahora, me quitan mi forma de vida”, lamenta Petri.
Petri recuerda que, como la suya fue una de las últimas casas en tener televisión, se iba junto a su vecina a escuchar la radio. “Eso no se olvida. Juntarse a escuchar la radio era una manera de hacer barrio”. El próximo 23 de febrero el bar Museo de la Radio abrirá sus puertas por última vez. “Nos vamos pero raíz dejamos”, sentencia Petri.
Daniel Sousa
Es redactor en EL PAÍS Audio y colabora en ‘A Vivir que son dos días’ de la Cadena SER. Ganador del...