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¿Por qué no podemos recordar nuestra primera infancia?

El lenguaje, la cultura y el desarrollo del cerebro contribuyen a la "amnesia infantil"

Una niña empuja un carrito de bebé.(Getty Images)

Una niña empuja un carrito de bebé.

Madrid

La mayoría de nosotros no tenemos ningún recuerdo de los tres o cuatro primeros años de nuestra vida; de hecho, solemos recordar muy poco de la vida anterior a los siete años. Y cuando intentamos rememorar nuestros primeros recuerdos, a menudo no está claro si son reales o solo recuerdos basados en fotos o historias que nos han contado otras personas.

Este fenómeno, conocido como “amnesia infantil”, lleva más de un siglo desconcertando a los psicólogos, y todavía no lo entendemos del todo.

A primera vista, puede parecer que la razón por la que no recordamos haber sido bebés es porque los bebés y los niños pequeños no tienen una memoria completamente desarrollada. Pero los bebés de tan solo seis meses pueden formar tanto recuerdos a corto plazo que duran minutos, como recuerdos a largo plazo que duran semanas, si no meses.

En un estudio, los niños de seis meses que aprendieron a pulsar una palanca para accionar un tren de juguete recordaron cómo realizar esta acción durante dos o tres semanas después de haber visto el juguete por última vez. Los preescolares, en cambio, pueden recordar acontecimientos que se remontan a años atrás. Sin embargo, es discutible que los recuerdos a largo plazo a esta temprana edad sean realmente autobiográficos, es decir, eventos personalmente relevantes que ocurrieron en un tiempo y lugar específicos.

Por supuesto, las capacidades de memoria a estas edades no son similares a las de los adultos: siguen madurando hasta la adolescencia. De hecho, los cambios en el desarrollo de los procesos básicos de la memoria se han propuesto como explicación de la amnesia infantil, y es una de las mejores teorías que tenemos hasta ahora.

Estos procesos básicos implican a varias regiones del cerebro e incluyen la formación, el mantenimiento y la posterior recuperación de la memoria. Por ejemplo, el hipocampo, que se cree que es el responsable de la formación de los recuerdos, sigue desarrollándose hasta al menos los siete años.

Sabemos que el límite típico para el desplazamiento de la amnesia infantil –tres años y medio– se desplaza con la edad. Los niños y los adolescentes tienen recuerdos más tempranos que los adultos. Esto sugiere que el problema puede estar menos en la formación de los recuerdos que en su mantenimiento.

Pero esto no parece ser toda la historia. Otro factor que sabemos que juega un papel importante es el lenguaje. Entre el año y los seis años, los niños pasan de hablar una sola palabra a dominar su lengua o lenguas maternas, por lo que se producen cambios importantes en su capacidad verbal que coinciden con el periodo de amnesia infantil. Esto incluye el uso del tiempo pasado, palabras relacionadas con la memoria como “recordar” y “olvidar”, y pronombres personales, siendo el favorito “mío”.

Hasta cierto punto, es cierto que la capacidad de un niño para verbalizar un acontecimiento en el momento en que ocurrió predice lo bien que lo recuerda meses o años después. Un grupo de laboratorio realizó este trabajo entrevistando a niños pequeños que acudían a los servicios de urgencias por lesiones infantiles comunes. Los niños mayores de 26 meses, que podían verbalizar el suceso en ese momento, lo recordaban hasta cinco años después, mientras que los menores de 26 meses, que no podían hablar del suceso, recordaban poco o nada. Esto sugiere que los recuerdos preverbales se pierden si no se traducen al lenguaje.

Efectos sociales y culturales

Sin embargo, la mayoría de las investigaciones sobre el papel del lenguaje se centran en una forma particular de expresión llamada narrativa, y en su función social. Cuando los padres rememoran acontecimientos pasados con niños muy pequeños, les enseñan implícitamente habilidades narrativas: qué tipo de acontecimientos es importante recordar y cómo estructurar la conversación sobre ellos de forma que los demás puedan entenderlos.

A diferencia del simple recuento de información con fines fácticos, los recuerdos giran en torno a la función social de compartir experiencias con los demás. De este modo, los relatos familiares mantienen la accesibilidad del recuerdo a lo largo del tiempo, y también aumentan la coherencia de la narración, incluyendo la cronología de los acontecimientos, su temática y su grado de emoción. Las historias más coherentes se recuerdan mejor.

Los adultos maoríes tienen los recuerdos más tempranos de su infancia de todas las sociedades estudiadas hasta ahora, gracias al estilo altamente elaborativo de los padres maoríes para contar historias familiares.

Los recuerdos tienen diferentes funciones sociales en las distintas culturas, lo que contribuye a las variaciones culturales en la cantidad, la calidad y el momento de los primeros recuerdos autobiográficos. Los adultos de las culturas que valoran la autonomía (América del Norte y Europa Occidental) tienden a tener más recuerdos infantiles y más tempranos que los adultos de las culturas que valoran la relación (Asia y África).

Esto se predice por las diferencias culturales en el estilo de recuerdo de los padres. En las culturas que promueven un concepto más autónomo de sí mismos, los recuerdos de los padres se centran más en las experiencias individuales de los niños, las preferencias y los sentimientos, y menos en sus relaciones con los demás, las rutinas sociales y las normas de comportamiento. Por ejemplo, un niño estadounidense puede recordar que le dieron una estrella de oro en infantil, mientras que un niño chino puede recordar que la clase aprendió una determinada canción en esta etapa educativa.

Aunque todavía hay cosas que no entendemos sobre la amnesia infantil, los investigadores están haciendo progresos. Por ejemplo, hay más estudios longitudinales prospectivos que siguen a los individuos desde la infancia hasta el futuro. Esto ayuda a obtener relatos precisos de los acontecimientos, lo que es mejor que pedir retrospectivamente a los adolescentes o adultos que recuerden acontecimientos pasados que no están documentados.

Además, a medida que avanza la neurociencia, sin duda habrá más estudios que relacionen el desarrollo del cerebro con el de la memoria. Esto debería ayudarnos a desarrollar otras medidas de la memoria además de los informes verbales.

Mientras tanto, es importante recordar que, aunque no podamos recordar explícitamente acontecimientos concretos de cuando éramos muy jóvenes, su acumulación, sin embargo, deja huellas duraderas que influyen en nuestro comportamiento.

Los primeros años de vida son, paradójicamente, olvidables y, sin embargo, poderosos en la formación de los adultos que llegamos a ser.

Jeanne Shinskey, Senior Lecturer and Baby Lab Director, Department of Psychology, Royal Holloway University of London

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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