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Sapos y ayahuasca: la naturaleza es el mayor 'camello' del planeta

La naturaleza está plagada de drogas. También de potenciales fármacos contra todo tipo de enfermedades. Por ejemplo, la 5-metoxi-N,N-dimetiltriptamina, presente en la piel de algunos sapos y que ha llevado a investigar al actor porno Nacho Vidal

Sapo. / Photo by Klaus-Dietmar Gabbert/picture alliance via Getty Images

Sapo.

Madrid

La naturaleza es el mayor camello del planeta. Sin salir de su ciudad podrá encontrar en cunetas, descampados y parques especies de plantas tóxicas o venenosas como la amapola, el estramonio y el mismísimo opio. La lista se amplía si nos fijamos en hongos y animales, y lo haría aún más si viajáramos a la Amazonia. Mientras lee este texto, fármacos que ni siquiera conocíamos han desaparecido debido a la acción de la especie humana sobre los grandes bosques. Una oportunidad perdida.

Durante una clase sobre transmisión sináptica, me sorprendió que mis alumnos ignoraran la existencia de estas plantas tan cercanas. Al hacerles notar que todas esas especies les acechaban, la carcajada general se escuchó en kilómetros a la redonda. Cuando puse ejemplos reales de accidentes, algunos mortales, producidos por el mal uso y desconocimiento de las especies venenosas de nuestra península, las risotadas se silenciaron.

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La clase se tranquilizó al comprobar que los venenos les resultaban familiares en la práctica médica. Sustancias como la morfina, la atropina y la escopolamina son tremendamente útiles, en su dosis justa.

Sin embargo, la cruda realidad es que las palabras “tóxico” y “veneno” producen un escalofrío en la espalda que nos hace pensar que deberíamos erradicar a todas esas especies de la faz de la tierra. Hace muy pocos años nos parecería casi una broma utilizar la dietilamida del ácido lisérgico (LSD) o la psilocibina, proveniente de las especies del género Psilocibe para el tratamiento de la depresión.

La mofa continuaría al mostrar que nuestras neuronas sintetizan dimetiltriptamina (DMT), y que éste mismo compuesto, o su derivado metilado, se encuentran en muchas especies vegetales oriundas del Amazonas, así como en algunas especies de sapos.

Muchos de nosotros nos sorprenderíamos al descubrir que, en los albores de la anestesia, se organizó un proyecto científico para buscar las plantas con las que los aborígenes preparaban el curare, una sustancia misteriosa que solo los chamanes podían y sabían preparar. Nos llevaríamos las manos a la cabeza mucho más al saber que el curare se utilizó como anestésico, con unas consecuencias desastrosas, al producir parálisis respiratoria y asfixia y que grandes científicos de la época, como Claude Bernard, fueron grandes promotores del uso del curare en medicina.

DMT en la piel de sapos

Nos guste o no, nuestra especie está en continua relación de amor-odio con las drogas y, por ende, con las especies que las producen. El conocidísimo actor porno español Nacho Vidal está siendo investigado por homicidio involuntario tras participar en un rito en el que se inhaló polvo que contenía 5-metoxi-N,N-dimetiltriptamina, un análogo del DMT, que se encuentra en la piel de especies de sapos, así como en algunas plantas.

El DMT y análogos son potentes agonistas de los receptores de serotonina del tipo 5-HT2A, de amplia distribución en el sistema nervioso central. Muchas de las sustancias conocidas como psicotrópicos actúan uniéndose y activando este tipo de receptores. Nuestras neuronas sintetizan un compuesto llamado 5-hidroxitriptamina (5-HT), más conocido por el nombre de serotonina.

Este compuesto es uno de los muchos neurotransmisores que sintetiza nuestro sistema nervioso. Cumple una función básica: transmitir información entre células. El placer que sentimos al comer o practicar sexo, así como la tristeza que sentimos cuando fallece un ser querido se debe a los neurotransmisores que liberan nuestras neuronas en redes neuronales específicas.

Muchas sustancias tóxicas pueden sustituir, bloquear o modular los receptores a los que se unen habitualmente nuestros neurotransmisores. Su efecto a veces es similar, mientras que otras es opuesto, siempre dependiendo de la dosis.

Cuando la dosis es elevada, estos compuestos pueden activar varios tipos de receptores, como si de una llave maestra se tratara, accionado todas las puertas posibles en un laberinto. En este sentido, el DMT puede actuar sobre los receptores de serotonina de tipo 5-HT2A produciendo el efecto psicotrópico que además es potenciado por el entorno en el que se encuentra el individuo (cánticos, percutir de tambores, luces, sonidos).

Además, el mismo DMT puede actuar sobre los receptores a los que se una la adrenalina (una hormona y neurotransmisor), en el corazón. Si sube la concentración de adrenalina en sangre, nuestro corazón late más veces por minuto y más fuerte, produciendo taquicardia. Este efecto se ve potenciado en muchos ritos chamánicos porque en la mezcla de plantas que se conoce como ayahuasca también se ingiere un tipo de compuesto llamado beta-carbolinas. No son neurotransmisores, pero permiten que el neurotransmisor (la llave de antes), actúe durante mucho más tiempo, no solo sobre los receptores de serotonina, sino sobre los de adrenalina.

Cada uno de nosotros es una caja de Pandora con unos mismos principios bioquímicos, pero con diferentes isoformas de muchas proteínas receptoras, así como enzimas. Eso explica por qué la experiencia alucinatoria del DMT puede durar desde minutos a horas. Además, en las preparaciones tradicionales de estos compuestos no se puede controlar la dosis.

Protección mutua

¿Deberíamos entonces masacrar todas las especies que contienen DMT como sapos y unas cuantas plantas? Pues, por mucho que queramos, no. La vida es un valor intrínseco y tiene una utilidad farmacológica muy interesante para nosotros.

El DMT, a diferencia de muchos compuestos psicotrópicos, no parece tener potencial adictivo, y eso es porque no activa la ruta mesolímbico cortical, un circuito nervioso cuya activación libera dopamina en el cerebro y produce placer. La mayoría de las drogas como la cocaína, las anfetaminas, el éxtasis y la heroína basan su capacidad adictiva en la activación de este circuito.

Sin ser toxicómanos, también liberamos dopamina en este circuito cuando apostamos nuestros ahorros en una tragaperras, en la bolsa, nos volvemos adictos al trabajo o practicamos sexo. La activación de la ruta mesolímbico cortical libera toneladas de dopamina produciendo placer al realizar comportamientos como los mencionados o al ingerir algunas drogas.

Francisco Suárez Castro, Profesor de Fisiología, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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