Ocio y cultura

Múnich: la capital de un reino al servicio de Richard Wagner

El compositor alemán gozó de un protector sin el cual su vida habría sido mucho más difícil, y su éxito más dudoso: el mismísimo Rey de Baviera. Seguimos sus pasos por una de las urbes con más sabor de Alemania

El Ángel de la Paz, en Múnich / Getty

El Ángel de la Paz, en Múnich

Madrid

La vida de Richard Wagner fue de todo menos tranquila, sobre todo en su juventud: revolucionario y buscado por la policía (y por sus acreedores), su talento podría haberle servido de bien poco de no haber contado con un protector muy poderoso, nada menos que un monarca: Luis II de Baviera, el excéntrico rey que quedó prendado de la música de Wagner tras una representación de Lohengrin en 1861, y que desde entonces se dedicó a financiar al compositor, para desesperación de sus ministros y cortesanos.

Gracias al apoyo económico y personal de Luis II, Wagner pudo componer varias de sus obras y también edificar su espléndida residencia personal y el teatro consagrado a sus obras en Bayreuth. Y es que -como veremos- las construcciones magníficas eran la especialidad de este melancólico y atormentado monarca, ahogado en extrañas circunstancias poco después de ser depuesto al ser declarado loco, en 1886. Las huellas de la pasión musical y arquitectónica de Luis II y de su dinastía, los Wittelsbach, se dejan ver por todo Múnich (y por el resto del land de Baviera), y son hoy en día uno de los principales atractivos turísticos de Alemania. Con El Oro del Rin como banda sonora, seguimos el rastro del soberano más musical por la antigua capital de su reino:

Aunque no fue obra de Luis II, el principal teatro de ópera de Múnich acogió, gracias al él, el estreno mundial de varias de las óperas de Wagner, como Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Núremberg o el propio Oro del Rin. El edificio original quedó prácticamente destruido por la aviación aliada en la Segunda Guerra Mundial, pero fue reconstruido siguiendo los planos originales para recrear la construcción neoclásica de 1825, y hoy sigue siendo uno de los principales templos de la música del mundo.

La Ópera Estatal de Baviera

La Ópera Estatal de Baviera / Getty

La Ópera Estatal de Baviera

La Ópera Estatal de Baviera / Getty

Este espectacular palacio barroco fue durante generaciones la residencia de verano de los Wittelsbach, la dinastía reinante en Baviera hasta su incorporación total a Alemania. De hecho, Luis II nació allí en 1845, en una de las salas que se pueden visitar y que conserva los muebles originales: el dormitorio de la reina, en el que se pueden ver sendos bustos del rey y de su hermano Otón de niños. Otro hito fundamental en una visita a Nymphenburg es la "galería de bellezas" creada por orden de Luis I, abuelo de Luis II: una habitación que alberga los retratos de 36 retratos de algunas de las mujeres más hermosas del Múnich de mediados del siglo XIX, algunas de ellas amantes del monarca. Los aficionados a los museos tienen dos en el palacio, reflejo de la sofisticación y el refinamiento de la corte bávara: uno de carruajes y trineos, y otro de porcelana.

El palacio de Nymphenburg, en Múnich

El palacio de Nymphenburg, en Múnich / Getty

El palacio de Nymphenburg, en Múnich

El palacio de Nymphenburg, en Múnich / Getty

Al palacio hay que sumarle sus impresionantes jardines, ahora un parque público, con sus falsas ruinas, sus dos lagos y su canal central (en el que se puede contratar un trayecto en góndola durante los meses de verano). Quizá la joya más destacada que podemos encontrar en él es el Amalienburg, un pabellón rococó de suntuosísima decoración que alcanza su punto máximo en el Salón de Espejos, en el que la luz y los reflejos realzan la delicada decoración de estuco.

Si Nymphenburg estaba pensado para el descanso y el disfrute, el Palacio Real o Residencia fue el centro de poder y gobierno de la casa Wittelsbach durante cinco siglos. Esa historia centenaria es la que ha dado lugar a un complejo de edificios con decenas de habitaciones y estilos arquitectónicos bien distintos. Entre lo más destacado de la Residenz esta el Antiquarium, la gran sala renacentista que fue primero galería de estatuas y luego salón de banquetes; el coqueto teatro Cuvillés, de estilo rococó, en el que se estrenaron obras de la talla de Idomeneo, re di Creta, de Mozart; o las habitaciones reales, al estilo neoclásico italianizante que le gustaba a Luis I. El aficionado a Wagner no puede perderse los frescos de las llamadas Nibelungensäle, salones decorados con motivos de la leyenda germánica que inspiró al compositor la serie de cuatro óperas que componen el Anillo del Nibelungo, y que arrancan con El Oro del Rin. Y para oro, el que se encuentra en el Tesoro de los Wittelsbach, tan abundante y espléndido que requiere más de una decena de habitaciones de la Residenz para poder ser exhibido con propiedad.

La Residenz, en Múnich

La Residenz, en Múnich / Getty

La Residenz, en Múnich

La Residenz, en Múnich / Getty

Y hay una visita ineludible que nos obliga a hacer un viaje de dos horas en coche hacia el Sur de Baviera, pero merece mucho la pena: El palacio de cuento que mandó levantar el rey que buscaba vivir en una permanente fantasía wagneriana. Inspirado en la ópera Lohengrin, Luis II hizo edificar Neuschwanstein sobre una antigua fortaleza, y fueron las abultadas facturas generadas por el proyecto las que llevaron al Gobierno bávaro a incapacitar al monarca, que rechazaba por "mundanas" las preocupaciones de Estado y ya sólo se interesaba por su nuevo palacio. Luis moriría antes de que la obra terminase y la mayoría de las habitaciones no llegaron a acabarse nunca.

El castillo de Neuschwanstein, en el sur de Baviera

El castillo de Neuschwanstein, en el sur de Baviera / Getty

El castillo de Neuschwanstein, en el sur de Baviera

El castillo de Neuschwanstein, en el sur de Baviera / Getty

En este mágico palacio, se respira wagnerianismo casi en cada estancia: entre otros ejemplos, la inmensa entrada posee una sala abovedada decorada con escenas de la vida de Sigfrido, las pinturas murales del dormitorio muestran escenas de Tristán e Isolda, y el lavabo es una fuente de plata con la forma de un cisne alusivo a Lohengrin. En el piso superior, Luis II ordenó construir la sala de los cantores, inspirada en el concurso de canto del castillo de Wartburg que aparece en la ópera Tannhäuser, que está decorada con escenas de la leyenda de Parsifal y del Santo Grial. La fascinación de Luis por la obra de Wagner era tal que hizo construir en su palacio una gruta idéntica a la que aparece en Tannhäuser, en la que el héroe de esta ópera vive con la diosa Venus. Para describirlo, no hace falta más que un dato: el icónico castillo inmortalizado por Disney está inspirado en la inconfundible silueta de Neuschwanstein.

 
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