El Van Dyck "horroroso" de la condesa Ordovás y todas las versiones de su desaparición
La aristócrata Cristina Ordovás Gómez-Jordana se enfrenta a la petición de cuatro años de cárcel acusa de contrabando de un cuadro de Van Dyck. Ella asegura que es "víctima" de un robo.
Madrid
Delirante, divertido y novelesco. Así fue el juicio al que se enfrentó ayer la condesa Cristina Ordovás Gómez-Jordana por el supuesto robo de un lienzo de Van Dyck. Una jornada en la que se impuso más la aventura de su desaparición frente a la dureza de la petición del ministerio público contra la aristócrata, cuatro años de cárcel y 165.000 euros de indemnización.
Por la Sección 7 de la Audiencia Provincial de Madrid desfilaron una decena de testigos. Entre ellos, los tres socios. En 2009, los ingleses John Gloyne y Noel Kelleway, adquirieron el cuadro de Van Dyck “Anna Sofía, condesa de Carnavon”. Incapaces de vender el lienzo, se asociaron con el artista plástico Pedro Saorín para venderlo en otra subasta de la casa Ansorena, en Madrid, a cambio del 30% para el intermediario español. La operación no salió, y en el ínterin lo guardaron en una casa de antigüedades de la calle Claudio Coello.
Años más tarde, en 2014, Saorín acudió a su amiga la condesa de Ordovás, a quien le unía una amistad de décadas. Llevó el cuadro a su casa. La condesa supuestamente compraría el cuadro o conseguiría un vendedor. El precio a pagar, 165.000 euros. “No le deseo nada malo” dijo durante la vista “pero ahora ya no tenemos relación”.
Y a partir de ahí empieza la novela. La desaparición del Van Dyck. Y los supuestos robos. Porque una vez el cuadro entró en casa de la condesa no se volvió a saber nada del lienzo.
Según Cristina Ordovás, el cuadro, que calificó de “horroroso”, le fue sustraído durante una mudanza. La encargada de hacerla fue Inés García Cruz, que declaró como testigo. Según su testimonio, dada la premura con la que tuvo que hacerla, guardó parte de las pertenencias de la condesa en un almacén y parte en casa de la madre de un amigo. Sin seguro, y sin inventario, almacenó muebles, numerosos cuadros y enseres. Y ahí siguen, porque la condesa, según la joven, no pagó la mudanza, así que decidió no devolverle nada de lo que se llevó.
“Mentirosa, que eres una mentirosa” increpó bajito la condesa a Inés García cuando terminó el interrogatorio de la joven. Esta vez la jueza no la oyó, y no pudo regañarla. Segundos antes ya le había advertido: “No la voy a echar, pero póngase ahí que la vea. Y no hable”.
El amigo de la encargada de la mudanza, Inés García, también declaró como testigo. “Mi madre se llevó un disgusto cuando apareció en su casa la policía de patrimonio. Los agentes me dijeron que me deshiciera de eso”. Los agentes, en fase de instrucción, acudieron sin éxito en busca del Van Dyck.
El abogado de la defensa cerró el interrogatorio de la encargada de la mudanza con una acusación. “¿Sacó usted los cuadros a través de Andorra?”. La jueza le interrumpió “¿Está usted preguntando si cometió un delito?” a lo que el letrado respondió “Sacar obras de arte por Andorra no es delito”. “Dependiendo de la procedencia del cuadro, que ya lo iba a apuntar usted después” zanjó la jueza.
Declaró también uno de sus asesores fiscales. Según su versión, él se quedó con el Van Dyck en Zúrich (Suiza) como pago por la deuda de la condesa. "Me debe más de ochenta notarías, he llevado gratis esta operación desde el 2014". Cómo se hizo el asesor con el Van Dyck responde a la enésima versión de los hechos. Según declararon dos de sus asesores fiscales, la condesa vendió el Van Dyck a un alemán, Wolf Mier, junto a un lote de 33 obras en total. Cuando los ingleses le reclamaron el dinero del Van Dyck, ya no tenía el lienzo. Esas 33 obras que serían vendidas al alemán, entre ellas Tizianos, Pollock y una escultura de Rodin, irían a una Fundación en Lichtenstein.
"Les recuerdo que estamos aquí por un cuadro en concreto" espetó la jueza. Cuando la acusación preguntó a la condesa si vendió el cuadro en Suiza, la condesa estalló: "¿Está usted loco o qué?" La jueza intervino: "Esto no es una taberna".
La condesa, por indicación del asesor fiscal, deshizo la operación, y éste se quedó con el Van Dyck como pago por los 600.000 euros que, según él, le debe.
El fiscal calificó la operación de un "contrabando de manual" y mantuvo la petición de cuatro años de cárcel. Para el fiscal, la condesa se quedó con el dinero y con la obra. El abogado de la acusación reiteró el delito de contrabando.
Para la defensa, se trata únicamente de un incumplimiento contractual, incluido en el derecho civil y no penal. "Yo sé que tenía la obligación de pagar, y sé que lo tengo que pagar. Si se hubiera llegado a demostrar que lo traslada a un tercero y el producto de la venta lo hubiera integrado en su patrimonio podríamos hablar de apropiación. Aquí nos hemos encontrado con una galerista, experta en el mundo del arte, a la que se le ofrece ese cuadro, que el título de propiedad se corresponde con Gerard (Wolf Mier), el cuadro está depositado en Suiza, y no se nos dice ni a nombre de quién, ni quién lo ha puesto en venta, ni la titularidad del cuadro".
Las últimas palabras fueron de la condesa de Ordovás. “Si quiere decir alguna cosa más siéntese aquí, pero díganoslo a nosotras que somos las que tenemos que ver cómo hacemos”. “A veces me excedo, pero he sido víctima. Tengo un defecto. Soy confiada y tonta. He sido incosciente, he confiando en las pesonas" dijo compungida la aristócrata.
Con la sesión ya levantada se escuchó a la jueza. “Una poca, no se lo voy a negar, he tenido una poca” respondía al agradecimiento de la condesa por la paciencia de la magistrada.