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Crítica

'Las chicas del cable' (segunda temporada): una oda al feminismo que hace aguas

La nueva temporada de la serie desarrollada por Bambú Producciones ya está disponible en Netflix

Nadia de Santiago, Maggie Civantos, Ana Fernández y Blanca Suárez, 'Las chicas del cable' / Netflix

Madrid

Netflix confió a Bambú Producciones la elaboración de su primera serie española por una sola razón: Velvet. La plataforma de 'streaming' quería en su catálogo de ficción las galerías de Antena 3 y encargó a la productora que aplicase en este ambicioso proyecto su fórmula de cabecera.

De ahí surgieron telefonistas, amores, desamores, poliamores y una chispa del tan necesario feminismo. Una mezcolanza que llevaba por título Las chicas del cable  y que, aunque no arriesgaba en cuanto al contenido, perfeccionaba esa receta que Bambú lleva tantos años cocinando de manera satisfactoria.

Ocho meses después y aprovechando el tirón navideño, Netflix estrena la segunda temporada olvidando todo lo que funcionó en la primera y tomándose más licencias de las que debería.

Atractivo thriller que enturbia a las verdaderas chicas del cable

El objetivo de Las chicas del cable en su primera entrega era despertar la curiosidad de todo ese público femenino que todavía no había descubierto la plataforma de éxito. Netflix lo hizo de manera eficaz, pero ahora no ha dado a la tecla adecuada en su esperado regreso.

Mientras que en la primera se apostó por mostrar a mujeres empoderadas en la difícil España de los años 20, Las chicas del cable 2 deja por el camino todo lo conseguido para introducir una trama de suspense que actúa como arma de doble filo.

Aunque da rapidez y agilidad a la historia, este elemento 'thriller' no termina de encajar en las idas y venidas que suceden dentro de la compañía de teléfonos. Sí sirve como buen punto de partida, pero al final termina por desvirtuar toda la esencia implantada en los ocho primeros capítulos de la ficción.

Feminismo impostado a la velocidad de la luz

Conscientes de que el tono feminista funcionó en su debut, esta nueva temporada está cargada de alegatos artificiales que son incrustados a la fuerza y no llegan a nada, en parte, por culpa de la dinámica que adquiere la serie.

La segunda de Las chicas del cable va a todo trapo y gasta todos los cartuchos que dan de sí una trama concreta en tan solo un par de escenas. Esto impide que el espectador empatice con nada ni nadie. Especialmente curioso resulta ver cómo Lidia, personaje interpretado por Blanca Suárez, pasa de ser una modesta y humilde telefonista con un pasado criminal a idear el proyecto de cabinas públicas que le dará así el control de la dirección de la empresa de teléfonos.

Precisamente esta rapidez narrativa es la que impide, por ejemplo, que se elabore mejor esos alegatos feministas o se profundice en la brillante trama transgénero que protagoniza el personaje de Ana Polvorosa.

Nunca hay que hacer eso tan feo de 'estirar el chicle', pero al menos habrá que masticarlo antes para poder saborearlo.

El modo 'maratón' de Netflix no ayuda

Tampoco ayuda la experiencia maratón que fomenta Netflix para consumir su catálogo de series. En el caso de Las chicas del cable, el trío protagonista (Blanca Suárez, Yon González y Martiño Rivas) se quiere matar a la hora de la siesta y antes de la cena la protagonista tiene que elegir con cuál de los dos criará el hijo que espera de uno de ellos. Será cierto que del amor al odio hay un paso (o un capítulo), y viceversa.

En resumidas cuentas, la segunda temporada de Las chicas del cable no deja poso y pierde la oportunidad de tratar temas realmente interesantes por el simple hecho de satisfacer a esa audiencia más impaciente.

 
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