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Elecciones 23 de julio

Sánchez afronta una campaña a vida o muerte atenazado por la desmovilización

El "plebiscito por el cambio" que plantea el PSOE pretende situar a los votantes en una disyuntiva: si los socialistas no logran un buen resultado, Mariano Rajoy será presidente del Gobierno. En Ferraz niegan la posibilidad de 'sorpasso' pero, si se produce, la idea generalizada en el PSOE es Pablo Iglesias no puede ser presidente del Gobierno

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, antes de participar en un acto preelectoral en Torrelavega / Pedro Puente Hoyos (EFE)

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, antes de participar en un acto preelectoral en Torrelavega

Madrid

Son unas elecciones repetidas con el mismo candidato y el mismo programa, pero la campaña del PSOE será muy diferente. En eso coinciden la gran mayoría de los socialistas consultados, quienes se sientan en el Comité Electoral y los del exilio interior que no comparten la estrategia de Ferraz pero que, llegados a este punto, cierran filas ante lo mucho (todo, según los análisis más críticos) que se juega el partido, al que las encuestas lo apean del liderazgo en la izquierda. Los socialistas tienen un reto en los próximos días: convencer a sus simpatizantes de que la abstención dejará a Mariano Rajoy en el Gobierno.

"No vamos a asistir al entierro de Pedro Sánchez, vamos a certificar la defunción del PSOE", se temen las voces más catastrofistas que, todavía hoy, se lamentan en privado de no haber asumido desde la noche electoral del 20-D que la aritmética no daba margen para gobernar y que había que quedarse en la oposición para, desde ahí, emprender un proceso interno de renovación que conduciría, según esa hoja de ruta, al relevo de Pedro Sánchez.

Nada de eso ocurrió. Los 90 escaños socialistas del 20-D, el peor resultado de la historia electoral del partido, sirvieron de salvoconducto al secretario general para sumarse estratégicamente los 40 de Ciudadanos en una negociación para su investidura que le valió para la supervivencia interna en la guerra abierta y sin cuartel en el PSOE y que le sirve ahora para armar el discurso con el que se presenta a las elecciones, de nuevo, a pesar de la sentencia de muerte decretada durante estos meses por tantos dirigentes del PSOE, de hoy y del pasado. Así que no solo repite en los carteles el que estaba llamado a ser Pedro El Breve sino que los meses que han pasado desde su primera vez son el principal sustento de su nueva campaña.

Por arriesgado que parezca, Pedro Sánchez ha dicho en esta precampaña que "a la tercera va la vencida". No es que espere que se la vayan a dar los suyos si no es presidente del Gobierno, (los críticos solo están de tregua electoral y le han puesto el listón en la victoria), lo que pretende es mantener vivo el vínculo con la principal referencia de la campaña del PSOE para el 26-J: las dos votaciones fallidas de su investidura en el Congreso de los Diputados los días 2 y 5 de marzo pasados. De los noes en los que coincidieron en ambas fechas el Partido Popular y Podemos parte la campaña del de Sánchez, que aspira a que las Cortes que se constituyen el 19 de julio sumen un sí mayoritario a su investidura. A la tercera.

Sánchez afronta una campaña que quiere que sea un "plebiscito por el cambio", por eso sus actos se han convertido en una afirmación permanente, con un SÍ gigante presidiéndolo todo, con evocaciones inevitables en la forma y en el menseje a la alegre campaña por el NO del referéndum contra Agusto Pinochet en Chile retratada en la película NO de Pablo Larraín. Estuvo presente esa cinta en la mesa de trabajo de Ferraz. Entre los lirios silvestres y los campos moteados de amapolas de la escenografía socialista emerge la figura de un Pedro Sánchez, con más canas que en diciembre, que quiere convencer a los que están hartos de Mariano Rajoy de que solo la papeleta socialista es precursora de una nueva estación, la que afirma que el cambio es posible porque, demostrado quedó en marzo, según defiende el PSOE, que Podemos quiso que el presidente popular permaneciera en la Moncloa.

Si no es el PSOE, será Rajoy, eso repiten a coro los socialistas utilizando como argumento que Iglesias nunca apoyará a un presidente socialista, como demostró en marzo. Lo que no dicen pero que está en la cabeza de la gran mayoría del partido es que si se produce el adelantamiento de Unidos Podemos, el tan traído y llevado sorpasso, será muy difícil el cambio político porque sería a costa de algo que a día de hoy es impensable en las filas del PSOE: que Pablo Iglesias sea presidente del Gobierno.

Esa posibilidad la rechazan de plano en el Comité Electoral socialista porque están convencidos, eso defienden, de que, ahora como en diciembre, el sorpasso no se producirá. Lo defienden en público y en privado a pesar de que a Podemos se sume ahora la fuerza de Izquierda Unida tras la confluencia en la candidatura Unidos Podemos y a pesar de que la estrategia de polarización de esta candidatura y del PP desdibuja la silueta socialista en el horizonte electoral. Lo defienden en público y en privado por mucho que los sondeos digan que esta alianza superará a las siglas que durante 137 años han liderado la izquierda en España y que se reivindica en esta tesitura como la única socialdemocracia real que compite en estas elecciones. En las encuestas publicadas, la primavera socialista no florece, pero Ferraz ha filtrado un estudio, sin ficha técnica ni autoría conocida, con brotes verdes.  

Los datos que maneja el PSOE (ha encargado cinco oleadas de tráckings hasta las elecciones y estudios cualitativos) le llevan a defender que, tras el "éxodo masivo" de diciembre, hay votantes que han emprendido el camino de regreso. Según su análisis, el 30% de los votantes de Podemos en diciembre (en torno a dos millones de personas) están pensando en cambiar su voto que, fundamentalmente, pretendía lo que no ha ocurrido: desalojar a Rajoy. A ésos va dirigida su campaña, incidiendo en los puntos débiles que aportan esos estudios cualitativos: la "intransigencia" de Pablo Iglesias, la "obsesión por los sillones" y inutilidad de votar a Unidos Podemos que, cuando ha podido, no solo no ha propiciado el cambio de Gobierno sino que votado con el PP, según el argumentario socialista, que insiste además en que Izquierda Unida ya no es un refugio para esos descontentos.

Lo que pretende hacer el PSOE en su campaña es que todos éstos y también los votantes de Izquierda Unida que no aceptan la confluencia no se queden en la abstención. Movilizarlos a ellos y también a quienes optaron por el PSOE en 2011 y en diciembre decidieron quedarse en casa. La arenga "socialistas, España os necesita" que lanzó Sánchez en Huelva este lunes iba dirigida a ellos.

Porque aunque la guía de campaña señala al Partido Popular como su enemigo, los movimientos del PSOE miran a Unidos Podemos. El PP es su rival político, pero no el electoral. La principal dificultad con la que se encuentra el Comité Electoral del PSOE es trabajar en esa dirección sin ofender a esos votantes que se fugaron a Podemos y que ahora pueden volver. Son los votantes "blandos" de Pablo Iglesias, todos ellos de más de 35 años. Lo que buscan, según fuentes del equipo que diseña la estrategia del PSOE, es el equilibrio en su mensaje: convencer de que Podemos no es la opción sin despreciar a quienes solo hace seis meses metieron su papeleta en la urna.

En la mesa de trabajo del PSOE no están los votantes "duros" de Podemos, esos convencidos a los que ahora han renunciado los socialistas, sobre todo, el medio millón de electores más jóvenes que, según fuentes del comité electoral socialista, apoyaron a Iglesias. Entre ellos su imagen no se ha desgastado así que puede decirse que Ferraz renuncia a ellos en esta campaña, que se celebra en condiciones excepcionales solo seis meses después de la anterior convocatoria. A diferencia del millón y medio de nuevos electores del censo del 20-D, el 26-J solo se estrena 200.000.

Por eso, por la cercanía con la anterior, el conocimiento de los estrategas socialistas es mayor y les permite hacer una campaña más segmentada. "No vamos a tirar a todo lo que se mueve", explica a un integrante del Comité Electoral, que establece en este punto la principal diferencia con diciembre cuando, sin haber testado el impacto real de las nuevas formaciones en unas elecciones generales, desplegaron acciones electorales para atraer a todo tipo de públicos, de forma muy especial a esos jóvenes a los que ahora no están a tiempo de reconquistar. Ahora, según esas fuentes, hay un trabajo específico en las circunscripciones donde hay posibilidad de movimiento de escaños y enfocando las acciones en los públicos que, según los estudios cualitativos, están dispuestos a volver al PSOE. De forma generalizada, en todos los territorios, los socialsitas observan que esa tendencia es mucho mayor en las mujeres. 

Cambian las circunstacias respecto al 20-D, cambian las estrategias y también cambia el discurso, por mucho que el programa electoral sea el mismo, salvo algunos compromisos concretos incluidos por Ferraz en el discurso del candidato (no en la letra del programa) y la inclusión de plazos en la gran mayoría de las promesas. Pero el discurso cambia porque Pedro Sánchez ya no puede emplearse como se empleó en empujar a la derecha a Ciudadanos ("las nuevas generaciones del PP", decía, cuando han sido sus socios) ni puede elevar el tono como hizo entonces con la estrategia del miedo con Podemos (cualquier opción de gobierno pasa por la formación morada y hace cuatro meses el propio Sánchez les reclamaba sus votos) ni mucho menos demonizar a Alexis Tsipras como ejemplo de todo lo malo que puede acarrear Pablo Iglesias (en las negociaciones acudió a su mediación para que intercediera con Podemos). Huyó del debate de los pactos en diciembre, algo absolutamente improbable ahora en junio, y negó con vehemencia lo intentó hacer inmediatamente después: "No estoy en un tripartito con Podemos y Ciudadanos", sostuvo en esos días previos al 20-D. Y esa fórmula fue la que defendió ante propios y extraños como opción de Gobierno.

Y cambian la relación del secretario general en el partido. La contestación interna que ha tenido desde las elecciones de diciembre ha sido más explícita que nunca, pero la delicada situación electoral y la certeza de que los militantes estaban cansados de tanta disputa interna ha llevado a una reflexión compartida por unos y otros: todos estaban perdiendo. Así que la convocatoria de los comicios propició la tregua. "A la fuerza, ahorcan", comenta un socialista perplejo. Él como tantos asistió al Comité Federal del 30 de enero en el que Susana Díaz desgranó una retahíla de reproches a Sánchez que fue una enmienda la totalidad de su gestión y asiste ahora a la estrategia electoral desplegada por ambos: ella le presentó en su proclamación como candidato y en un desayuno informativo en Sevilla y él se refiere a ella como "su compañera y aliada".

Se abrazan y se besan. Nada que ver con la campaña de diciembre pasado ni con las municipales y autonómicas de mayo, cuando preocupó a muchos cuadros del partido la frialdad entre ellos. Hubo quien se llevaba las manos a la cabeza en un mitin en Alcalá de Guadaíra al que llegaron por separado y salieron cada uno por su lado. Casi ni se miraron en la foto de la familia del escenario. El contraste con el planteamiento de ahora es total: la última imagen que tendrán los militantes de esta intensa campaña de las elecciones del 26-J es la de Susana Díaz y Pedro Sánchez pidieron el voto juntos, por última vez, en Sevilla.

Salvo cambio de guión inesperado, en ese mitin de cierre, los socialistas volverán a oír a la presidenta de la Junta de Andalucía conjugar de mil formas diferentes el verbo ganar para que Pedro Sánchez sea presidente del Gobierno. Ése es el listón que el sector crítico, en el que están las principales federaciones, ha puesto a Pedro Sánchez: que gane en esta segunda oportunidad que nunca pensaron que iban a darle.

 

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