Siete pistas para un debate
Cómo observar y extraer del debate mucho más que la media docena de titulares que Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias intentarán que queden como recuerdo de esta noche
Los ensayos del debate electoral / Bernardo Pérez
Madrid
Sí. La política es divertida, y capaz de engancharte tanto como cualquier otra actividad humana. Nada resulta más atractivo que ver cómo personas que han renunciado casi a la salud, al sueño, al ocio o incluso a la familia, se entregan apasionadamente a discutir entre ellas su visión del futuro, su análisis del presente y su balance del pasado.
Resulta difícil entender cómo alguien que aspira a liderar su país los próximos cuatro años pueda renunciar a contrastar sus capacidades con aquellos que aspiran a ese mismo liderazgo.
Pero cuidado, no es lo mismo hablar de política en el bar o en una tertulia de salón, que hacer frente a un debate como el que esta noche (21:00) organiza El País, el primero en formato digital que hace en la historia electoral española.
Los candidatos saben que van a ser observados por multitud de electores con un ojo crítico. Son espectadores proactivos que no se encontrarán con el debate al zapear desde su sofá, sino que lo buscarán a través de elpais.com y cadenaser.com, o lo escucharán a través de la Cadena SER, y analizarán con rigor el modo en que se desenvuelva cada uno de los candidatos.
A estas alturas, muchos de esos internautas –enganchados a la política, entendida como la lucha legítima por gestionar el interés común– conocen las propuestas estrella de cada uno de los contendientes. Les interesa sobre todo vér cómo son cuando el guion ya no lo controlan ellos.
Estas son siete pistas para observar y extraer del debate mucho más que la media docena de titulares que Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias intentarán que queden como recuerdo de esta noche.
1.- La capacidad para mantener la calma. Muchos recordarán el primer debate entre Al Gore y George. W. Bush. En el juego de expectativas en que consiste la política, nadie dudaba de la arrolladora capacidad intelectual del aspirante demócrata frente a su rival, que arrastraba fama de simplón y poco consistente. Los nervios de Al Gore por avasallar a su adversario le llevaron a sobreactuar, a elevar la voz, a acercarse casi amenazadoramente a Bush cada vez que le interpelaba, a interrumpirle, a suspirar exageradamente e incluso a mofarse de él. El republicano supo mantener una calma con la que se identificaron todos aquellos telespectadores que, como él, se sentían incómodos ante un innecesario despliegue de nervios y de soberbia.
2.- La ironía y el sentido del humor. Hasta cuando se discuten asuntos de especial trascendencia, es necesario no tomarse demasiado en serio a sí mismo. En 1988, el joven y ambicioso senador republicano Dan Quayle debatía con el veterano Lloyd Bentsen en el duelo televisivo entre candidatos a la vicepresidencia de EEUU. Quayle intentó inflar su falta de experiencia comparando su edad y su imagen a las de Kennedy. Sin perder el tono, Bentsen respondió: "Yo serví a las órdenes de Kennedy. Kennedy era mi amigo. Senador, créame, usted no es Kennedy". Las risas de la audiencia pararon el debate durante unos segundos que a Quayle se le hicieron interminables.
3.- Escuchar al contrario. Parece la regla más simple de todas, pero no lo es en absoluto. Los candidatos vienen concentrados en un argumentario que llevan meses ensayando, quieren soltar ideas o frases ensayadas en las que confían para dar la campanada, y a veces no son conscientes de que, si se esfuerzan en escuchar a sus rivales, no solo transmiten una imagen de educación y cortesía que los electores saben apreciar, sino que en algunas ocasiones se encuentran con bazas inesperadas de las que pueden sacar mucho juego. Que se lo digan a Jimmy Carter, cuando escuchó a su rival Gerald Ford soltar en medio del debate, en el momento álgido de la Guerra Fría, que "no existía dominación soviética alguna sobre los países de Europa del este". Con la inestimable ayuda del moderador, que no daba crédito, Carter supo aprovechar ese tremendo gazapo.
4.- Un proyecto de país entre tanta frase. Más allá de la experiencia o inexperiencia de gobierno, los candidatos que han alcanzado el éxito han sido siempre aquellos que transmitían, en cada una de sus frases o sus respuestas, una clara idea de su proyecto de país. ¿Recuerdan aquella frase de Felipe González cuando le preguntaron en qué consistía "el cambio"? "El cambio es que España funcione". Pocas veces una idea tan simple ha llegado a tanta gente.
5.- La capacidad para gobernar. La política es comunicación, pero es también capacidad de gestión. Los problemas complejos no tienen soluciones simples. La ley, la estructura de la administración, los mecanismos que gobiernan la economía son difíciles de controlar o de cambiar. Y la primera condición para ponerte al frente del Gobierno es la de conocer de primera mano el manual de instrucciones. Un candidato que conoce en profundidad los problemas que se le plantean y que ha elaborado sus propias soluciones transmite una seguridad y una confianza que ninguna frase efectista logrará nunca.
6.- Hay vida más allá de las tertulias. Las tertulias políticas pueden ser muy divertidas, a condición de entender que tienen un alto componente de entretenimiento. Los debates políticos son otra cosa. El ego hay que dejarlo en casa. Nadie quiere candidatos obsesionados por desplegar como pavos reales su locuacidad o sus conocimientos. A la hora de votar, los electores se toman su voto muy en serio. Están eligiendo, entre otras cosas, a un alto funcionario –con competencia para hacerse con las riendas del país-, a alguien capaz de ponerse en la piel de los ciudadanos y entender sus problemas y sus miedos y alguien dispuesto a comprender que no siempre se trata de ser el más brillante sino el más competente.
7.- A gusto con su propia piel. Finalmente, esta es la clave para conocer al personaje. Gusta el candidato que ríe sin forzar su risa, que bromea sin introducir un humor artificial, que defiende apasionadamente sus posiciones sin preocuparse excesivamente por ser políticamente correcto y que logra transmitir, más allá de sus aciertos o su brillantez, la vocación que debe exigírsele a cualquier candidato: la vocación de servicio público.
Así que preparémonos para ser durante un rato una mezcla de espectadores y psicólogos, y disfrutemos observando cómo luchan por el poder, en el buen sentido, tres candidatos que han llegado hasta aquí tras muchos esfuerzo. Una pena que falte el cuarto.