Nahla, la peluquera de Alepo
El marido de Nahla trabaja como jornalero en Beirut; está fuera toda la semana y sólo viene el viernes y el sábado. Aún así ella hoy le ha dejado en casa, porque no quería faltar al taller de cocina. No desde luego habiendo una visita a la que contagiar su humor y su sonrisa permanente.

Nahla muestra la comida que ha preparado para sus invitados / ÁLVARO ZAMARREÑO

Valle de la Bekaa (Líbano)
Nahla, 42 años, trabajaba como peluquera en Alepo, la segunda ciudad de Siria, y la más importante para la escasa industria del país. Vivía en el barrio de Saladino, relativamente céntrico, y especialmente afectado por los combates, que dividen la ciudad desde el verano de 2012. Antes de llegar como refugiada al Sur de Líbano, lo primero que hizo su familia es cambiarse a otro barrio, el de Midán. Hace un año decidieron salir del país, siguiendo el camino que sus dos hijas habían hecho poco antes, hasta esta ciudad de Tiro, a orillas del Mediterráneo.
Enseña a los visitantes los platos que ha preparado, junto a otras 17 mujeres, en una cocinita en medio de un huerto del Centro de Capacitación Agrícola Cristiano. La kebba, la pizza, los hojaldritos, la sopa de yogur (“Esta en Alepo la hacemos de otra manera”).
Nahla lleva un año aquí, desesperada por participar en lo que fuera para ayudar a su familia y salir de casa. “Es muy difícil que te cojan, yo he pedido todo lo que salía, primero el de peluquería, les engañé diciendo que no sabía nada, a ver si colaba”. “Lo importante de esto no es el dinero que saquen, al final algo acabarían encontrando con el tiempo, dice Iñaki Sainz, uno de los encargados de este taller organizado por la ONG ‘Acción contra el Hambre’. Lo importante es la dignidad que les da”.
Más información
Nahla y sus hijas, que también está hoy en el taller son otro ejemplo más de los 1,2 millones de refugiados sirios en Líbano (Casi cuatro millones oficialmente en toda la zona). Han huido por la violencia, por la destrucción de sus casas y trabajos, en definitiva por la desaparición de una sociedad bajo el conflicto. Y ahora intentan adaptarse a una realidad que se prolonga.
Aunque otras mujeres alrededor suya parecen más cohibidas, silenciosas, aplastadas por su día a día, ella no para de reir, de traer a una y otra compañera para que cuenten sus historias. Por ejemplo a Imane, una libanesa que también participa en el taller (se incorpora a familias locales humildes). Al principio, dice, miraba con más suspicacia a los refugiados, "ahora me siento amiga de muchas de las mujeres aquí”.
Se vuelve a reir Nahla si le preguntan por lo que espera sacar del taller: “Vivir mejor", asegura entre risas”. Solamente se entristece cuando, con una refugiada palestina al lado, piensa en que a esos cuatro millones de sirios les pueda esperar algo parecido al exilio palestino. “¡Eso tiene que ser muy duro! Mi madre está en Alepo y no puedo ir a verla. Yo me digo cada día que voy a volver en cuanto la cosa esté mejor".