Un día de esquí en Grandvalira
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La estación andorrana de Grandvalira es el mayor dominio esquiable de la península Ibérica. Casi, 210 kilómetros de pistas en pleno corazón de los Pirineos. Una estación familiar, en la que abundan los trazados fáciles y medios y en la que te puedes aburrir de deslizarte sin repetir pista. Acabamos de estar allí y esto es lo que más (y lo que menos) nos ha gustado de la estación andorrana.
Lo mejor de Grandvalira es que gracias a su extenso dominio esquiable es difícil hacer colas. Bueno, gracias a eso y a que cuentan con 63 remontes muy modernos (la mayoría desembragables), 110 pistas de todos los tamaños y grado de dificultad, tres áreas de freestyle, 32 restaurantes de altura y una capacidad de transporte de 94.500 esquiadores a la hora.
Grandvalira es una estación que cuida mucho su imagen de resort familiar con especial atención a los menores de la casa. Hay dos zonas especiales para niños: una en El Tarter (Circus, donde no pueden entrar adultos) y otra tematizada en Canillo (Mont Magic). Además cuenta con escuela infantil, guardería y jardín de nieve en todos los sectores.
Se trata de un servicio de cursos de esquí personalizados que imparten los mejores monitores de la estación. Te van a recoger al hotel, tienes prioridad en todos los servicios, un monitor para ti solo o para tu grupo familiar, áreas VIP, clases con video corrección y un servicio de bar exclusivo. Una jornada completa cuesta 377 euros.
Uno de los aspectos que más se cuidan en la estación es el de la restauración. Hay mucha y variada oferta gastronómica en pistas, desde restaurantes de alta calidad, como Roc de las Bruixes, en Canillo; la Arrosería, en Tarter o el Steak House de Suoldeu, a pizzerías, hamburgueserías y self service con menús de calidad hechos en el momento distribuidos por todo el dominio. De todas formas mi favorito sigue siendo el restaurante del Llac de Pessons: una cabaña de piedra y madera, antiguo albergue de montaña reconvertido en restaurante, junto al lago helado de Pessons y rodeada de un soberbio circo de piedra.
Si quieres progresar más allá en tu nivel, nada mejor que alguno de los cursos para aprender a deslizarte fuera de pistas que ofrece la escuela de Free Ride, homologada por la World Free Ride Tour, en la que se presta una especial atención a las medidas de seguridad para esquiar en lugares sin pisar ni balizar.
Los tradicionales embudos de vehículos para llegar al único aparcamiento de muchas estaciones no existen en Grandvalira gracias a que tiene seis accesos diferentes a lo largo de la carretera que va a Francia por el puerto de Envalira.
Otro de los grandes atractivo de Grandvalira es la gran cantidad de pistas fáciles y medias que tiene, muy apropiadas para el esquí familiar y para todos los niveles.
Para muchos, es la combinación perfecta para un día redondo en la nieve. En Andorra está el famoso (y ruidoso) Caldea. Para quienes busquen algo más de paz sensorial y relajación, acaba de inaugurarse en el mismo edificio Inuu, un circuito de aguas, saunas, duchas y camas calientes similar a Caldea, pero con un concepto mucho más reservado: no se permite la entrada a menores de 16 años, ni a grandes grupos y en el interior reina un ambiente de silencio y relajación. Si no quieres coger el coche, en Soldeu -en el propio dominio de Gradvalira- está el Sport Wellnes Mountain Spa, una delicia de balneario en los bajos del hotel Sport Hermitage: muy limpio, con instalaciones de lujo, supercálido y con circuito de aguas, jacuzzis, saunas, baño turcos, frigidarium, etc. La mejor forma de acabar un día de esquí.
La zona baja de los sectores Soldeu y El Tarter y la práctica totalidad del de Canillo están cubiertas de bosques de coníferas; deslizarse por ellos a última hora de vuelta al aparcamiento cuando cierra la estación, ya sea por la pista Os o por la Gall de Bosc, es una verdadera delicia.
El año pasado se inauguró un bar de cócteles (no solo de vodkas) en el sector Grau-Roig, donde practicar esa afición tan alpina que es el apreskí con las botas de esquiar puestas.
Grandvalira es una de las pocas estaciones invernales que ofrece la experiencia de viajar en una de las 12 máquinas retrac que preparan las pistas una vez que ha cerrado la estación. ¡Una forma insólita y sorprendente de conocer la trastienda de una estación invernal sin nadie en las pistas!
El talón de Aquiles de esquiar en Andorra, no solo en Grandvalira, siempre es el mismo: el cuello de botella que supone pasar la frontera en fines de semana y puentes y cruzar todo el país hasta las pistas. Se ha mejorado algo la situación con nuevos túneles, pero las colas en fechas señaladas son inevitables. Es algo inherente a la intrincada geografía del país.
Texto y fotografías: Paco Nadal