El desembarco de James en Chamartín
El colombiano, que llegó este verano al Madrid, es un imprescindible del esquema de Ancelotti
Dicen que algo cuesta lo que se esté dispuesto a pagar por él. Y ese algo puede ser un cromo en un patio de colegio, puede ser un cuadro en una subasta o puede ser también un futbolista. Por James Rodríguez Florentino Pérez desembolsó sin muchos miramientos unos 80 millones de euros al Mónaco -se convirtió así en el tercer fichaje más caro de la historia del Real Madrid, sólo por detrás de Cristiano Ronaldo y Gareth Bale-. Una inversión que muchos, dentro y fuera de la casa blanca, tildaron de arriesgada porque hasta esa actuación sublime en Brasil -se hizo con la Bota de Oro del Mundial con goles seis goles- James era uno de tantos. Otros, sin embargo, usaban únicamente términos económicos para explicar tamaño dispendio.
Poco tuvo que ver su fichaje, en tiempos y en modos, con el extenuante de hacía un año de Gareth Bale. Sin muchos titubeos ni tiras y aflojas, James desembarcó en Madrid apenas diez días después de que acabase la cita en Brasil. Ni el sofoco del verano madrileño disuadió a sus compatriotas, que acudieron en masa al Bernabéu para ver in situ su puesta de largo.
En el palco de honor del estadio madridista el colombiano, ataviado con un elegante traje negro y camisa blanca, pronunció un escueto discurso. “Quiero dar muchas alegrías y ganar muchos títulos con el Real Madrid. Hala Madrid”, sentenció antes de agarrar la camiseta blanca con el número 10, huérfano desde la marcha de Özil al Arsenal el curso anterior, y, con su mejor sonrisa, posar junto al presidente.
Tan correcto como aquel 22 de julio se ha mostrado James tanto en el vestuario, donde tiene como uno de sus camaradas al líder de la tropa, Cristiano Ronaldo, como en en el campo. El colombiano entendió pronto lo que Ancelotti quería de él. Con Bale, Cristiano y Benzema en la cancha, el cafetero, cuyo puesto natural es el de enganche, debe afanarse en labores defensivas, pegarse a la banda y cubrir espacios junto a Modric y Kroos. Como en su tiempo lo hizo Di María. El chico, ordenado y enérgico, cumple órdenes sin subir la voz y es ya una pieza imprescindible del Madrid devorador de estos días.