Bakú por Atenas
“Un viento de Mayo del 68 recorre el Consejo Europeo”, a juicio del corresponsal de Le Figaro en Bruselas al analizar la cumbre informal que ha supuesto el estreno comunitario de François Hollande. El diario conservador, en un editorial firmado por Pierre Rousselin, se muestra muy preocupado por lo que define como “el desenganche franco-alemán”. Incluso, llega a recordar al flamante Presidente francés que “el pasado nos muestra lo que supone no saber leer la relación de fuerzas” con nuestros vecinos alemanes.La apuesta decidida de Hollande por el crecimiento, aunque tiene un cierto cálculo electoralista, está metiendo presión a Merkel en su propio país, como señala el International Herald Tribune. Hasta el punto que Der Spiegel no duda en titular: “Hollande roba el show a Merkel” o “Merkel pierde la triple A de la popularidad”. Es “el fin de la hegemonía alemana”, resume, no sin cierto regocijo, el diario ateniense To Vima. La cuña introducida por Hollande se llama eurobonos. “Llámeme Bond, Eurobond”, titula con sarcasmo el diario La Tribune. Como reconoce la eurodiputada socialista Sylvie Goulard en una entrevista a Liberation, encargada de un informe sobre las obligaciones europeas que el Parlamento de Estrasburgo discutirá en julio, la línea de fractura “es más entre los países del Norte y los del Sur que ideológica. Aunque hay una toma de conciencia, incluso en Alemania, de que todos estamos en el mismo barco”. Es un momento tan delicado como decisivo: “The choice” –la decisión- titula el semanario The Economist para el que la Unión Europea debe elegir entre “la ruptura o crear un superestado”. Mario Draghi, como ya lo hiciera su antecesor al frente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, ha defendido, en una conferencia en Roma, que “hemos llegado a un punto en el que el proceso de integración europea necesita un salto valiente de imaginación política para sobrevivir”. Ese es el debate de fondo a los eurobonos, se reconoce desde el Elíseo: una política común presupuestaria supone pérdida de soberanía y, por tanto, una mayor integración política. Pero, ¿cuántos países están dispuestos? ¿Esta es la alternativa? A las malas, la alternativa a la Unión Europea puede ser Eurovisión, donde todo cabe. En un editorial en primera página, el diario Le Monde se preguntaba: “¿hacía falta ir a cantar a Bakú?”. Además del juego de palabras: Bakú fonéticamente significa lo mismo que “bajo coste” en francés, el diario vespertino muestra su indignación porque el certamen haya tenido lugar en un país dirigido dictatorialmente por la familia presidencial de Ilham Aliev. No es el único, desde Los Angeles Times al Daily Telegraph se denuncia la nula evolución en derechos y libertades cívicas que se registra en este pequeño estado petrolero del Cáucaso. Los 100 millones de televidentes del espectáculo, como señala el Huffintong Post, deberían haber sido conscientes de esta situación. Claro que el retroceso en los derechos democráticos no es exclusivo de Azerbaiyán o de China, en Canadá asistimos desde hace cuatro meses a protestas que se han convertido en multitudinarias durante los últimos días contra la que se denomina “Ley Matraca” o “Ley 78”, aprobada el pasado fin de semana por el gobierno del liberal Jean Charest en la provincia de Quebec. “Un abuso de poder”, a juicio del diario Le Devoir, porque restringe el derecho de manifestación. En este caso, las protestas van contra el sistema que hace endeudarse a los estudiantes durante años para poder financiarse los estudios universitarios. Conciliación familiar o vaguería .El Primer Ministro británico está en el punto de mira de la opinión pública por su propensión a relajarse: “si hubiera una medalla de oro al descanso, Cameron la ganaría”, señala el Financial Times. Nada de pasarse las noches estudiando informes, si no viendo la impresionante colección de DVDs que posee en Downing Street o jugando en el iPad. Los domingos, los almuerzos se ven acompañados de cuatro o cinco vasos de vino y por la tardes se impone una partida de tenis con una máquina de lanzar bolas a la que Cameron llama “clegger” en honor de su socio de gobierno y líder del partido liberal, Nick Clegg. Si a eso sumamos las cenas en casa con los amigos o en la intimidad de un restaurante con su mujer Samantha… son demasiadas horas de ocio. Pero Cameron, flemático, responde: “debe ser posible compaginar ser un marido decente, un buen padre y un buen Primer Ministro”. Los británicos comienza a tener sus dudas.