Mario Vargas Llosa
José Martí Gómez dedica su carta en 'A vivir que son dos días' (09/10/2010) a Mario Vargas Llosa
Un día, a finales de la década de los años sesenta. En el trasatlántico Verdi llega a Barcelona un escritor llamado Mario Vargas Llosa. La ciudad, en la que había estado de paso años antes, le gustaba más que Madrid, a la que veía provinciana.
El redactor jefe me preguntó, tipo listo: "¿Tú crees que un tío al que no conoce casi nadie merece dos cuartillas?", que los diarios se hacían entonces con cuartillas El tío al que no conocía casi nadie ya había escrito "La ciudad y los perros" y estaba a punto de publicar "Conversación en la catedral". Se instaló en un piso del barrio de Sarrià. Un piso en una calle estrecha, tranquila, con olor a tierra mojada y flores los días de lluvia. Le recordaba el barrio de Miraflores, en Lima. En ese piso escribiría "La guerra del fin del mundo" e "Historia de un deicidio", análisis de la obra de García Márquez, y desde ese piso se implicaría en la vida de Barcelona y en la política democrática que bullía con fuerza en la clandestinidad.
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Admiró a Gaudí como genio laico más que religioso y, fascinado, se adentró en las raíces de la locura de una ciudad barroca, como definía Barcelona. Años después, se marchó como llegó: en el trasatlántico Verdi que en el momento de zarpar soltó por sus altavoces el pasodoble Dama de España y manola. El redactor jefe me dijo: "A este tío hay que darle diez cuartillas", que los diarios se seguían haciendo a base cuartillas. Respondí que sólo podía hacerle el pie de la foto obtenida con la máquina de la agente literaria Carmen Balcells, que me dijo: "Haznos una foto de la despedida de Mario". Posaban Carmen, Mario, García Márquez, Jorge Edwards y José Donoso.
En Barcelona ya solo vive Carmen. Donoso murió y los otros tres se fueron. Barcelona dejó de ser capital del boom de la narrativa latinoamericana. Ahora Mario pasa más tiempo en Madrid que en Barcelona porque han cambiado las cosas y a la ciudad del seny i la rauxa, de cordura y locura, la encuentra provinciana y algo de razón le doy. Vargas Llosa encarna la gran quiebra ideológica de una generación que creía en la revolución cubana y entró en crisis a raíz del caso Padilla. Mario estaba entonces con la izquierda y hoy está con el liberalismo.
Antes hablaba de Gramsci y Luckas y ahora habla de Poper. Todo ser humano tiene derecho a cambiar y yo, en desacuerdo con algunas de las tesis que hoy él defiende, la socioeconómica, por ejemplo, tan ortodoxa, tan dura, le doy la razón cuando se duele de que entre nosotros la polémica política tienda a la enemistad personal. Me admira su tenaz compromiso defendiendo valores progresistas en costumbres y derechos humanos, en la escuela de la tradición liberal y a años luz de la derecha española.
En una cosa no ha cambiado este hombre que un dia me dijo que tal vez sin saberlo siempre quiso ser ciudadano del mundo y con el Nobel lo es ya para siempre: ha sido fiel a la ficción desde el día que descubrió que a partir de una novela podía vivir una vida mucho más rica, diversa, plural. Un dia me dijo: "Siempre ha creído que no se puede vivir solo con la verdad y que la mentira que llega a través de la fantasía enriquece la existencia... hizo una pausa y añadió... siempre y cuando tengas conciencia de que la fantasía es mentira".
Carta de José Martí Gómez (09/10/2010)
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