Me largo. Dimito. Chao
"Casi siempre estás harto, pero aguantas un poquito más, y después otro poco más, y así hasta la muerte, si mueres. Es como si nunca estuvieses harto del todo, al punto irremediable de explotar porque tuviste suficiente"
Galicia
No hay demasiada costumbre de entrar en el despacho del encargado y decir: «Me harté. Me largo. Dimito. Chao», y con la misma, en efecto, marcharte sin miedo al futuro. Casi siempre estás harto, pero aguantas un poquito más, y después otro poco más, y así hasta la muerte, si mueres. Es como si nunca estuvieses harto del todo, al punto irremediable de explotar porque tuviste suficiente. Pero, inesperadamente, las cosas empiezan a cambiar. En EE.UU. están ya renunciando de forma voluntaria a sus empleos millones de personas. Le llaman La Gran Dimisión. No es que estén hartos. Están hartos y protestan yéndose a casa. En cualquier huida, la dificultad estriba en hallar el arrojo para irse. Llega un día, cuando al fin ves lo que tienes delante de las narices, que descubres que el hombre es, como en aquel verso de Valery, un pájaro atrapado fuera de la jaula, y que debe descubrir el modo de ser libre de verdad, de destruir la jaula y su exterior, sin temer a lo que vendrá. Como en la película Chicago, años 30, cuando el abogado de Rico Angelo, el gánster para el que trabajo, le dice: «Me ocupo de tus negocios, Angelo. Incluso defiendo a tus hombres, pero me niego a comer contigo. Me das asco». Qué belleza, ¿verdad?