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'La hija', un cuento oscuro y primitivo sobre la maternidad

Manuel Martín Cuenca compone un drama ambiguo, atmosférico y enfermizo sobre la gestación subrogada que protagonizan Javier Gutiérrez, Patricia López Arnaiz y la debutante Irene Virgüez

Patricia López Arnaiz en 'La hija' / CARAMEL FILMS

Patricia López Arnaiz en 'La hija'

Madrid

Manuel Martín Cuenca es uno de los autores más singulares y especiales de la cinematografía española contemporánea. Sus películas son ambiguas, incómodas y desafiantes. Un universo propio que le ha valido el reconocimiento en festivales con títulos como ‘El autor’ o ‘Caníbal’, dos obras sobre los demonios masculinos. Ahora se adentra en otro terreno pantanoso y en plena revisión desde la ficción, el de la maternidad.

Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz interpretan a una pareja con un pasado traumático, un matrimonio atravesado por el dolor y el deseo de ser padres que decide acoger, o secuestrar, según se mire, a una chica embarazada que ha escapado de un centro de menores. El director crea a fuego lento un thriller de suspense, visceral, primitivo, en el que despoja a los personajes de razonamientos psicológicos o cualquier tipo de discurso. “Siempre me parece mucho más interesante el actuar, el ser. Me parece que el cine si se juega en el algún lugar es en la acción. La película esconde un drama con un ambigüedad moral muy grande, es una película muy conductual, no es psicologista, no habla de por qué los personajes están actuando así, sino que pasa esto, esto y esto”, explica.

‘La hija’ es una película de silencios, de miradas, de una tensión soterrada que va creciendo en la que los personajes se mueven y se vigilan como animales. El pacto, en apariencia, es simple, la joven madre entregará a su hijo a cambio de una ayuda, pero las dudas y la propia naturaleza humana lo ponen en peligro.

Para entrar en estos personajes, los actores tuvieron un largo proceso de documentación y charlas, incluso Patricia López Arnaiz viajó a Jaén con una barriga falsa de embarazada para familiarizarse con su papel. Todo un trabajo previo que no está en la película, ni le interesa al director en pantalla, pero que fue generando la atmósfera de este turbio cuento. “No solo caer sino levantarte, volver a tener la esperanza y volver a caer, volver a levantarte y que solo te quede una oportunidad. Es tragedia pura, es vida o muerte. Realmente el trabajo era dejarte llevar por el planteamiento de la historia y las situaciones tras las conversaciones previas”, añade la actriz.

A los dos actores y la joven debutante Irene Virgüez se suma otro personaje fundamental en esta historia: el paisaje. Martín Cuenca lleva la acción a la sierra de Jaén, a una casa de campo aislada, de difícil acceso, que cumple una doble función. “Yo lo llamo el telón negro teatral, donde están los elementos necesarios para la historia. Y el paisaje contribuye al despojamiento del hombre, del ser humano en la naturaleza, y al mismo tiempo, el uso del entorno como retrato psicológico interior de los personajes”.

En pleno debate sobre la gestación subrogada, sobre la mercantilización de la maternidad, y también sobre cómo la sociedad patriarcal empuja a las mujeres a ser madres, ‘La hija’ no quiere ofrecer respuestas ni conclusiones, pero sí plantear un escenario incómodo para el espectador. “Me encantaría que generase debate y que el público se colocase también en los zapatos de nuestros personajes. Si estoy fuera un titular sería ‘matrimonio secuestra a su pareja para quedarse con su bebé’, pero si pinchas el link y lees la noticia entera, ya tendrías más dudas moralmente, puede ser reprobable pero puedo llegar a entender por qué lo hacen o cómo lo hacen”, defiende Javier Gutiérrez.

Martín Cuenca compone un drama atmosférico, enfermizo y crudo que deja abierto el debate y ofrece uno de los desenlaces más impactantes de los últimos años en el cine español.

Entrevista completa a Manuel Martín Cuenca

Tus películas son difícil de etiquetar ¿cómo definirías esta? ¿Cómo la habías concebido y cómo te ha quedado?

Tengo que confesar que nunca pienso en un género al hacer la película, ni siquiera de manera consciente de qué tipo de película estoy haciendo. En 'El autor' había gente que me decía: esto es una comedia o no es una comedia. Pues si la gente se ríe, será una comedia, se parece a una forma que es la sátira. 'La hija' esconde un drama con un ambigüedad moral muy grande, es una película muy conductual, no es psicologista, no habla de por qué los personajes están actuando así, sino que pasa esto, esto y esto. Es muy curioso para mí ver a posteriori cómo el público y la crítica la define.

¿Por qué no te interesan las motivaciones? Los actores sí nos han contado que hubo mucho trabajo previo para entrar en sus personajes

Hay toda una exploración, por supuesto en el guion y también con los actores, pero siempre me parece mucho más interesante el actuar, el ser. Me parece que el cine si se juega en el algún lugar es en la acción. Parece mentira que yo diga esto, pero es la acción no solo entendida como el cine de Hollywood, de tiros y no sé qué. El cine es sobre todo físico, es acción. Es interpretación de lo que pone el espectador en función de las acciones y conductas de los personajes. Entonces todo ese trabajo previo tiene que existir para llevarnos a un lugar pero también el deshojamiento de esas motivaciones, porque eso me parece cuestión de moralina, de explicaciones psicológicas más que ver al ser humano actuando.

¿Una de las líneas rojas es siempre no juzgar a tus personajes?

La apuesta es ver que vemos la conducta y entender en determinados momentos lo que les pasa a esos personajes. Luego también horrorizarnos con lo que les pasa, con lo que hacen, cuando van cruzando líneas. Pero yo creo que puedo entender a todos los personajes, no quiero soltar ninguna moralina. No quiero hacer cine de mensaje ni terapéutico, sino mostrar historias concretas de las que podamos sacar ciertas conclusiones, también abrirse a preguntar. Intento abrirme al máximo, exponer las acciones de cada personaje aunque luego a mí me parezcan terribles. No pretendo sermonear a nadie, ni ser un poco cura, no quiero moralizar a nadie.

Esta película sí que abre debates, ¿es un derecho la maternidad?

Los derechos son algo que nos otorgamos los seres humanos, la especie. Uno está en la selva perseguido por unos depredadores y tienen derecho a que no le maten, pero no hay ninguna entidad que proteja a esos derechos. La civilización nos hace, de alguna manera, construir y somos capaces de otorgarnos una serie de derechos, incluso del hachero con otros seres vivos, animales y plantas. Los derecho son abstractos, como decía el historiador Harari, los derechos humanos no existen, son una convención. La semilla de esta película es una pareja que no puede tener hijos, que lleva muchos años, que incluso ha podido perder a algún hijo o ha abortado, que no ha podido adoptar por las circunstancias emocionales, y de repente, ellos sienten que hay una injusticia tremenda por parte del destino y la naturaleza porque no han podido culminar un deseo muy noble. Poder ser padres y ayudar y educar a un niño. La cuestión es: ¿cómo reparar una injusticia sin cometer otra injusticia? Eso es lo que abre el debate o el melón de otras cosas, como la subrogada, por ejemplo. Siempre que acabamos cosificando al otro, que nuestro derecho pasa por encima del otro ser humano, pues entonces estamos cometiendo una injusticia. Yo planteo el debate pero no quiero entrar en la respuesta porque la casuística es infinita.

Sí está la idea de la maternidad como bien que se puede desnaturalizar, desposeer, intercambiar, aunque aquí no haya exactamente un intercambio reglado en lo económico como en la subrogada.

Sí, no ha entrado la civilización a redactar un contrato. La llamada civilización que supuestamente nos hace civilizados pero en otros casos nos hace peores. Nos hace justiciar por la razón y la lógica lo injustificable moralmente. El régimen nazi justificó y organizó el exterminio de los judíos de una manera burocrática, lógica y racional. La película habla de algo que yo considero más primitivo, más primordial. Ocurre ahora pero podía haber ocurrido hace 12.000 años en una caverna. La lucha entre dos mujeres, entre una pareja que no pueden ser padres y una mujer que lo es de manera espontánea y sin haberlo demasiado. La película va desembocando a un final que es una cosa muy primitiva sobre la reproducción, la vida, donde es la pulsión y la emoción en estado puro, no ese discurso civilizador de después.

Aunque no esté en la película, ¿has intelectualizado o teorizado todo el proceso sobre la maternidad?

No soy nada de intelectualizar, de hecho huyo y trato de que los actores no lo hagan. Trato de encontrar cuál es la premisa o semilla de la película, ese conflicto interno, y luego es trabajar y trabajar en cosas que de manera inconsciente funcionan. Me equivoco, a veces acierto, otras no, pero no defino nada. Yo a los actores les digo que los personajes no existen, que el personaje es algo que se crea en el camino, una confluencia de manera inconsciente entre el deseo que tengo como director de contar y el texto, y con lo que traen los actores de forma inconsciente. Es esa encarnación en el personaje que no es hasta que no es, hasta que no lo ves en pantalla.

El entorno que es tan importante en este caso, esa enorme casa en la montaña que aísla a los personajes, ¿cómo te ha ayudado?

Ahí hay un despojamiento, una deconstrucción de la narrativa. Es una película que apenas tiene personajes, actores y actrices. El paisaje, lo geográfico, el lugar donde ocurre la historia, es un personaje más. Me ayuda a simplificar, yo le llamo el telón negro teatral, donde están los elementos necesarios para la historia. Y el paisaje cumple una doble función, esa de despojamiento del hombre, del ser humano en la naturaleza, de una historia que está ocurriendo en un lugar, y al mismo tiempo, el uso del entorno, del paisaje, como retrato psicológico interior de los personajes. Es una función no realista, no lo utilizo así, pero sí me sirve para esa mirada de animales, están en esa cueva de Jaén aislada, podían haber estado allí hace 8.000 años. Es una cuestión de simplificar y depurar, y el paisaje cumple una función importante, muy primitiva.

¿Has pisado en algún momento el freno de cómo tenías concebida la película? Más terror, más oscura, más turbia...

No, al revés. No soy de pisar el freno, sino de dejar que la historia y el rodaje me lleven donde sienta inconscientemente que tenemos que ir. Me siento tremendamente libre rodando. No pienso en el resultado de la película, ni en el qué va a decir el público o la prensa, no pienso en nada eso durante el proceso. Me tiro a tumba abierta a ver qué película sale. El proceso de promoción ya es más desagradable, porque piensas en todo eso.

La película se paró por la pandemia, faltaba poco para acabarla, y ha estado guardada hasta ahora su estreno tras Toronto y San Sebastián ¿Ha quedado muy herido el cine español en este tiempo?

No solo el cine español, todo el cine, también en EEUU y Francia. Se ha hecho en muy poco tiempo lo que pretendían hacer las plataformas y las tecnológicas en un periodo mucho más amplio. Las salas están muy heridas, es un momento muy complicado. No por las plataformas, que son bienvenidas, sino porque no se imponga un canon, una manera única de rodar, un molde. Cuando alguien acaba siendo muy poderoso, se repite, porque no se pierda esa libertad, ese acto maravilloso, ritual, de ir al cine y que sea una experiencia. De salir y comentarla, de que te guste o no... Hay algo físico en eso y estar tumbado en el sofá de tu casa y darle un botón cuando no te gusta, tiene poco de experiencia emocional. La cultura y las emociones están inscritas en lo físico, no somos ordenadores, no se trata de tener acceso a millones de película, sino de que dejen huella, que te hagan reír, llorar o lo que sea.

¿Tiene sensación una sensación de desprotección la cultura en España? ¿O es algo que viene de largo?

Es algo que viene de largo con la cultura en España desde hace muchas décadas, gobierne quien gobierne. Hay muy poco discurso cultural. Hay una especie de divorcio, la cultura se ve como algo accesorio, que tiene que ver con el entretenimiento, que tiene poca importancia y podríamos sobrevivir sin ella. Hay un desprecio por todos los ámbitos culturales en general en este país. Y eso se refleja en la política. Es un poco triste decirlo pero yo lo he vivido, o siento que lo vivo así, luego te queda la esperanza. Lo que queda es la cultura, los políticos pasan, las noticias pasan, pero queda la gastronomía, la literatura, el teatro, el hecho cultural. Tú te vas a ver una película de los años 60 o 70 y probablemente te habla mucho más de cómo era el país en esa época que los telediarios, los periódicos o los discursos políticos. Vivimos en esa contradicción. La cultura no importa pero en realidad es lo que más importa. Eso es un dinámica de este país, el menospreciar a su cultura que no sé si acabará algún día.

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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