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Cine español | ENTREVISTA

Cecilia Bartolomé, pionera del cine español: "En la Escuela de Cine me tuve que abrir paso a bofetadas"

La directora de 'Margarita y el lobo' y 'Después de...', uno de los documentales más importantes de la Transición, es una de las cineastas más transgresoras y valientes de nuestro cine. Sufrió la censura, prohibieron sus trabajos y tuvo que lidiar con el machismo de la época

El Festival Cine por Mujeres le acaba de conceder el Premio a una trayectoria

Cecilia Bartolomé en los estudios de la Cadena SER / CADENA SER

Cecilia Bartolomé en los estudios de la Cadena SER

Madrid

Cecilia Bartolomé sigue siendo una mujer transgresora, divertida, lista, moderna y feminista. Son características que la acompañan desde que entró en la Escuela Oficial de Cinematografía. Eso la convirtió en una de las pioneras del cine español, junto con Josefina Molina y Pilar Miró. Nacida en Alicante, pero criada en Guinea Ecuatorial, donde sus padres estaban destinados como profesores y diplomáticos,  Bartolomé desarrolló su carrera en el cine documental y publicitario. Junto a su hermano creó una obra cumbre del cine de la Transición, Atado y bien atado, y en solitario trató de mostrar temas que eran un tabú en la sociedad del momento, como el aborto, el divorcio o el colonialismo español.

Bartolomé se graduó en 1969 con Margarita y el lobo, una práctica para la escuela que se convirtió en un mediometraje casi revolucionario para el momento. Antes de este proyecto, la directora ya había realizado sus primeros cortometrajes en el seno de la institución, destacando entre otros Carmen de Carabanchel (1965) o Plan Jack Cero Tres (1967), con un guion coescrito junto a Gonzalo Suárez. Años después, en 1978 realiza su primer largometraje ¡Vamos, Bárbara!, una versión del filme Alicia ya no vive aquí (Martin Scorsese, 1974). Esta obra fue considerada por la crítica como la primera película feminista de la historia del cine español.

Vamos a empezar hablando de tu debut, Margarita y el lobo, un musical feminista sobre el divorcio en la España franquista que causó todo el revuelo del mundo, ¿cómo decides debutar así?

A mí me parecía como muy normal, porque las cosas de la vida me parecen normales. Pero al poder no, y al poder de Franco ni te cuento. Yo estaba contando una historia real de lo que pasaba en las parejas. Un escritor de aquella época me decía que menos meterme con el ejército no dejé títere con cabeza. No lo hice con esa intención, sino de mostrar las problemáticas de la mujer en aquel momento. Había leído una novela de Christiane Rochefort que contaba un poco en plan de broma peripecias de un matrimonio normal, pero con mala uva y con gracia. Me inspiré en esto para contar a una mujer ante el amor, el adulterio, la amistad entre mujeres. Lo presenté como algo muy didáctico, sin orden cronológico, sino por temas. Lo que no me pudieron perdonar los censores de la época era que fuese divertida. Fue la que más irritó a los censores de todas las películas de la época. La prohibieron totalmente y a mí me prohibieron que pudiera dirigir con mi nombre hasta años después. De hecho un productor quería hacer esto en largometraje y no pudo ser. Así que me puse a hacer publicidad.

Hablas de la Escuela de Cine, esa rara avis del franquismo, ¿cómo era estar ahí en ese Madrid de finales de los 60?

La Escuela de Cine era un gueto dentro del mundo franquista. La gente estaba tan achantada que los alumnos nunca se habían atrevido a dar un paso más allá. Mi generación concretamente fue la que en el año 69, con influencia del mayo francés y de más cosas, dijo: pero cómo nos vamos a autocensurar. Ahí es cuando se hicieron las películas más duras de la escuela. Hasta entonces había habido películas críticas, estilísticamente avanzadas, el cine de Erice y de todo el grupo de promoción anterior a la nuestra hablaba con un estilo más metafórico, más sauriano, porque Saura fue profesor nuestro. Dimos un salto en mi promoción. De todas las películas, la más escandalosa y la que fue prohibida fue la mía, porque el tema de la mujer es el más corrosivo. Un compañero mío tenía una película de un policía pegando a un obrero encerrado en una jaula del zoo. No se la prohibieron. Darle palos a un obrero no lo consideraban tan grave como hablar de la mujer. Que pongas en solfa a los tíos y al matrimonio, sí. Tampoco yo quise hacer del personaje masculino un personaje grotesco, me parece más bien patético, que es inconsciente de lo que pasa. Era la ignorancia total. En aquella época muchos maridos no eran conscientes de su actitud con respecto a las mujeres.

No sé si ha cambiado la cosa mucho...

Hemos mejorado mucho porque por lo menos se cuentan, cuando se contaban en aquella época, pues te dejaban sin hacer cine.

¿Y es entonces cuando empiezas en publicidad?

Me dediqué a la publicidad que a mí me gusta mucho eso de meter un mensaje en muy poco tiempo. Me gustó experimentar en la publicidad musical, que no se había hecho nunca. Hice la primera para La Casera, donde los niños y las mujeres cantaban. Hasta en la publicidad me metía en líos.

Hay otra película tuya muy interesante que es Vámonos Bárbara, una vision de la película de Scorsese, Alicia ya no vive aquí, ¿cómo consigues llegar a este proyecto y qué te interesaba de darle la vuelta a la cinta de Scrosese?

Llega porque Alfredo Matas había visto la película de Scorsese y era uno de los productores más importantes de la época que había visto mi cine. Me propuso hacer una versión de la película en homenaje a su hija, su marido la había dejado y no podía superarlo. Le dije que sí, pero que lo contaría a mi estilo y, desde luego, quitando el happy end que no se lo perdono a Scorsese. Es que se nota que es un macho. Eso lo hace un tío, pero yo desde luego no lo hago. Tenía que buscar un final y al final lo conseguimos. Nos peleamos mucho el productor y yo, pero al final salió. Hicimos cuatro finales, no queríamos ni el final feliz de Scorsese, pero tampoco queríamos una cosa dramática. Me ayudó mucho Amparo Rivelles, su mujer, que era una persona muy divertida. En aquel momento era el desnudo lo que estaba a la orden del día y me dice Amparo, bueno como en todas las películas me hacen desnudarme, tú también. Y nos reímos muchísimo las dos y dijimos, venga vamos a parodiar eso. Hicimos el desnudo menos justificado de la historia del cine, con un mantón de manila solo para reírnos de todo.

Has hablado de la mujer, de la Transición, de muchos temas, también de algo que no es nada habitual en el cine, ni en los medios de comunicación, que es la colonización española en África, ¿es tu obra más personal?

Sí, porque yo lo viví. Me crié en África, desde los 8 o 9 años en Guinea. Viví todo el colonialismo, no solo el español, porque viajábamos a Nigeria y Camerún y veíamos el colonialismo francés e inglés. Lo que me impresionó es que en España nadie tenía ni idea de nada de esto. Por otro lado, fue una experiencia muy fuerte. El hecho de llegar allí sin tener conciencia de lo que era aquello. Te integras allí y para ti es tu tierra. Ese es el gran drama del colonialismo, por un lado, hubo una dominación del europeo, los dominamos, les obligamos a tener nuestra lengua, religión y costumbres. Pero al vivir allí también sentimos que es nuestra tierra. El final de la película, que es dejar esa tierra, que yo consideraba mía pero donde era una extraña, era real. De eso además no eres consciente cuando eres pequeño, que estás violando una tierra que no es tuya y dominando a una gente que tiene los mismos derechos que tú, pero también vives ahí. Esa dualidad es tremenda, esa doble conciencia y esa tristeza. No he vuelto. Volvió mi hermano para localizar, pero al final no pudimos ir. Incluso la arquitectura y la situación de ese momento no se parecía en nada a lo que habíamos vivido. Nosotros hubiéramos podido tener cierta bula, porque Macías, el primer dictador de Guinea, fue admirador de mi padre, de hecho se puso Macías porque era el segundo apellido de mi padre. Mi padre era un franquista que hizo desfilar a los chicos guineanos, como se ve en la película. Ahora, cuando hemos tenido alguna reunión en la Embajada de Guinea, había muchas personas guineanas que tenían un recuerdo magnífico de mi padre.

¿Cómo una hija de falangistas acaba siendo tan punki como ha sido y es Cecilia Bartolomé?

En mi casa había un respeto enorme, una libertad impresionante en las mujeres. Por ejemplo, mi padre y mi madre tenían un despacho con las mesas frente a frente. Los dos eran dos profesionales y se respetaban como tal. Nos educaron a todos los hijos e hijas en el mismo espíritu de igualdad. Teníamos criados, porque era lo habitual en las colonias, pero si había que hacer algo, lo hacíamos por igual chicos o chicas. Ese espíritu de un ex falangista me parece magnífico, porque la igualdad entre sexos no me la encontré así en la izquierda de la Escuela de Cine. A mí me preguntaban por qué quería ser directora siendo chica, algo que no me preguntó mi padre. Era mucho más progresista en el tema de la mujer mi padre ex falangista que muchos compañeros míos muy de izquierdas. Luego al final se me respetó mucho, pero me tuve que abrir paso a bofetadas en la Escuela de Cine. Hay una cosa clara, solo nos hemos titulado dos mujeres en la historia de la Escuela de Cine, yo y Josefina Molina. Desde el 47 hasta el 70, se dice pronto.

Este año ganó el Goya una mujer, Pilar Palomero, y había muchas nominadas, ¿Cómo ves la situación ahora de las mujeres en el cine español? ¿Qué queda por hacer?

La igualdad la encuentro contraproducente, perdón por la burrada. Es decir, no existe plenamente a fondo, pero las chicas que luchan por abrirse camino, en minoría pero ya como algo más normalizado, no despiertan esa imagen de bicho raro que generáramos Josefina o yo. Es decir, teníamos más foco mediático por ser las primeras y eso ayudó mucho. Me considero privilegiada porque tuve que luchar muchísimo sí, pero al ser las primeras nos daban publicidad de ser la primera en algo. Éramos unas chicas muy raras que éramos directoras, pero nos daban publicidad. Ahora una chica que debuta tiene los mismos hándicaps, 27 creo que ha habido este año, y ya no llaman tanto la atención. Creo que en mi época teníamos más posibilidades que ahora.

Luego está en tu carrera ese documental que es un momumento de la Transición, Después de... no se os puede dejar solos y Después de... Atado y bien atado, que hace una radiografía brutal de la España de esa incipiente Transición, ¿cómo se gesta el empezar a rodar y qué significaba en aquel momento hacer un documental como este que es historia del cine español?

Realmente empezó porque mi hermano y yo estábamos haciendo un guion y nos dimos cuenta de que nos pasábamos todo el tiempo hablando de lo que pasaba fuera, porque lo desconocíamos. Al final dijimos, por qué en vez de tanto hablar sin saber lo que está pasando en el país, no vamos a rodarlo. Y así empezamos. Nos decían, hay una rebelión contra el centralismo en la cuna del centralismo que es Castilla, y están los comuneros, pues allá íbamos. Nos pareció espectacular, un gran hapenning, con gente cantando. Fue todo tan subversivo y original que pensamos que nadie nos estaba contando lo que pasaba realmente. Ni siquiera aquel documental de Victoria Prego contaba lo que ocurría en la calle, a la gente. Fuimos de asombro en asombro, de descubrimiento en descubrimiento.

Como la señora del Valle de los Caídos, que es un vídeo viral en esta era de YouTube...

Durante el rodaje en el Valle de los Caídos íbamos con mucho miedo. Nosotros teníamos claro que teníamos que respetar a la gente, no tener opinión y grabar lo que pasaba. Eso no significaba estar de acuerdo, pero tenemos que ser fríos, neutrales. Y por eso no queríamos grabar a esa señora. Habíamos grabado el acto, hablado con gente, pero esa señora nos perseguía y la veíamos tan desbocada que podría quedar como una parodia. A la caída de la tarde, quedaban algunos falangistas y se nos acercaron unos chicos a decirnos que por qué no dejábamos grabar a la señora. Y dijimos que estaba excitada y podría perjudicar la imagen de todos. Rodeados de falangistas, pues rodamos a esa señora. Nos quedamos tan pasmados que dijimos si no nos linchan aquí mismo, ya no pasa nada. Lo más peligroso en las manifestaciones es quedarse para el final y ahí estábamos nosotros ante unos grupos excitados de extrema derecha.

Llevas muchos años sin rodar, ¿te apetecería volver?

Sí, sí me gustaría. Sinceramente, me encantaría levantar una película…

Lo digo porque en otros países Netflix está financiando películas que nadie consigue financiar, de pesos pesados, de directores veteranos. Salvando las distancias obviamente, pero, ¿si Netflix te permitiera, tendrías poyecto?

A ver, tengo proyectos, pero ya tengo una edad para meterme en un rodaje, que los rodajes son muy duros. Creo que hay mujeres jóvenes que tienen derecho a coger el testigo y empezar ellas y no yo. Pero sí me gustaría. Todavía le debo dinero a mi hermano que tuvo que poner dinero en la película. Lo que me gusta ahora es escribir. Si pudiera conseguir financiación, no te digo que no me atrevería. Es una miniserie, que tenía yo en mente, sobre la mujer. Simplemente. Es la historia de la humanidad en cinco momentos, pero contados no en función del macho de la especie, sino de la hembra. El primero es hablar de la evolución al homínido, porque las teorías de la evolución siempre se hacen en función del macho y no de la hembra. Ese sería el primer capítulo y a partir de ahí ya me despacho a gusto. Incluiría a la Papisa Juana, de la que nadie habla. O el invento del sistema del banco, que lo hacen en Babilonia y lo crea una congregación de mujeres. Este sería uno de los capítulos también.

 *Esta entrevista fue realizada en febrero de 2021

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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