A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
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Sin rumbo

"Ese deambular sin expectativa me pone inquieta. Nada pide ser mirado con devoción, el mundo parece flojo, el pensamiento se ve atacado por asuntos banales y aterradores"

Sin rumbo

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Buenos Aires

Ayer caminé sin rumbo. Mucha gente disfruta de caminar así. Yo no. Me hace sentir demasiado cerca de mí, a merced de mis pensamientos. Ese deambular sin expectativa me pone inquieta. Nada pide ser mirado con devoción, el mundo parece flojo, el pensamiento se ve atacado por asuntos banales y aterradores. Ayer, mientras caminaba, pensé en el aniversario número 35, que se cumplió hace poco, del gol que Maradona le convirtió a los ingleses en el Mundial de México 1986 y que motivó que mi vecino, a quien no le importan nada los festejos patrios, colgara una bandera argentina de su balcón y gritara como un energúmeno. Intenté recordar dónde estaba cuando Maradona hizo el gol, pero no pude. La memoria funciona de maneras extrañas y recordé, en cambio, a Omayra Garzón, la chica de 13 años que murió atrapada entre el barro y los restos de su propia casa cuando, en 1985, erupcionó el volcán Nevado del Ruiz, en Colombia. La cabeza de Omayra estaba en la superficie. Los periodistas le acercaban los micrófonos y ella les hablaba, los ojos cada vez más negros como si se le estuvieran llenando de sangre o de barro. Ese recuerdo me llevó a pensar en Alfredo Rampi, un chico de seis o siete años que en 1981 cayó en un pozo, en Italia, y fue víctima de un proceso de rescate catastrófico que, por supuesto, no lo rescató. Yo miraba las noticias sobre el chico enterrado a escondidas de mis padres, en el living señorial -vitrales, hogar a leña, sillones de cuero- de la casa de mi abuela. Estaba pensando en eso cuando recibí un mensaje en el teléfono: era una amiga de la infancia. Me escribía para decirme que había recordado, de pronto, que mi abuela le había curado el empacho arrojando gotas de aceite en un plato con agua y que quería contármelo. Arrojé el teléfono al fondo de mi bolso, como si quemara. Volví a mi casa. Me senté delante de la computadora. Abrí la página de un diario y leí una columna del argentino Fabián Casas que terminaba citando un poema taoísta: "En todas partes y en todo momento/la mente está apegada a algo/. Apresurate a separarte de eso. /Si te quedás atrás por algún tiempo/se convertirá otra vez en tu vieja ciudad natal". Me apresuré a dejar de retroceder y empecé a escribir sin rumbo, que a veces, en estos tiempos yermos, es la única forma de escribir.

 
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