Pepe Cuenca o el arte de narrar ajedrez con gracia
Charlamos con uno de los mejores jugadores de ajedrez españoles y, probablemente, el mejor comentarista del juego
Madrid
Cuando al Gran Maestro Pepe Cuenca le hablaron por primera vez de grabar comentarios de partidas de ajedrez pensó: “¿Quién va a ver una retransmisión de ajedrez? Si yo soy profesional y jamás he sido capaz de estar cuatro o cinco horas”. Entonces cursaba en Alemania sus estudios de doctorado en matemática aplicada y los compaginaba con su carrera ajedrecística. Así, de casualidad, se unió a la estirpe de comentaristas deportivos que tiene en su gloria a Andrés Montes, algún narrador de fútbol argentino y los valientes del snooker.
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El trabajo del narrador de ajedrez consiste, en primer lugar, en entender lo que está pasando en el tablero y tratar de adivinar las intenciones de cada uno de los jugadores, sus planes y estrategias. En segundo lugar, tiene que comunicarlo de manera más o menos sencilla y, sobre todo, amena e incluso divertida.
Si en muchos partidos de fútbol hay que hacer malabares para aportar algo a la retransmisión, las partidas clásicas de ajedrez obligan al narrador a ingeniárselas durante cinco o seis horas que incluyen largos ratos en los no se mueven ni las piezas ni los músculos de los ajedrecistas. Para ello, Pepe Cuenca ha desarrollado un estilo propio en Chess24, una de las páginas de ajedrez más importantes. El diableo, el peón Facundo o el ratatatata cuando se atisba el jaque mate son marca de la casa, parte de su forma de narrar “de manera desenfadada” para llegar “a todos los públicos”.
Lejos de parar durante la pandemia, el ajedrez, y concretamente el ajedrez online, ha vivido un boom de nuevos jugadores e interesados. Cuando medio mundo estaba encerrado en casa, el tablero fue el refugio de millones de personas y las webs de ajedrez batieron récords de audiencia y de partidas. Además, el ajedrez online ha favorecido el ritmo rápido de juego, “muy emocionante” incluso para quienes se acercan por primera vez al juego y más agradecido para el comentarista.
Además de contarnos su historia y una anécdota con la policía alemana, Pepe nos explica cómo es la vida del ajedrecista: “un poco bohemia y desestructurada”, como la de cualquier otro deportista profesional que pasa largos períodos de tiempo fuera de casa. Además, reivindica la figura del ajedrecista corriente como alguien "muy sociable", lejos de los mitos literarios del jugador atormentado por la infinitud del juego. Gracias a Pepe aprendemos también detalles no tan conocidos como la importancia de estar “muy bien físicamente” y el peligro del dopaje electrónico, ahora que “cualquier aplicación en el teléfono móvil juega mejor que el campeón del mundo”.