Cura de humildad
Acabado el estado de alarma, el halo de modestia que nos habían vuelto volvió a desaparecer, como desapareció también la nueva normalidad para recuperar la vieja, sólo que con mascarilla.
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Madrid
Cuando en el inicio de la pandemia nos pusimos intelectualmente estupendos, nos repetimos que el virus había venido para recetarnos una cura de humildad. Y esta virtud, frecuentemente aparcada, recuperó su prestigio, aunque fuera puntualmente. Tan puntualmente que, acabado el estado de alarma, el halo de modestia que nos habían vuelto volvió a desaparecer, como desapareció también la nueva normalidad para recuperar la vieja, sólo que con mascarilla. Y así estamos hoy, convertidos en el país de Europa con mayor número de contagios, siendo analizados como agente económico negativo por el Financial Times y promocionando la cara oscura de Madrid en televisiones y portadas como las de la BBC o el de The New York Times.
Pero lo peor está por venir. Lo ha dicho hoy mismo el ministro de Sanidad y lo ratifican los científicos que a la vez sustentan que la mayoría de las medidas tomadas por la Comunidad de Madrid son insuficientes, cuando no inanes. Y así, la política se ve obligada a recuperar la humildad como cura obligada, porque el virus es tan rebelde que no ha podido con él ningún eslogan bélico de los muchos soltados por los uniformados que ilustraron nuestro confinamiento, ni ninguna de las muchas banderas que presidieron recientes encuentros, ni ninguna declaración oficial como aquella que nos advirtió de que España había tomado las decisiones de confinamiento más duras de Europa. Lo fueron tanto, que quizás por eso no pueden volver a tomarse. Y así, entre tanto orgullo impostado por la propaganda oficial, hoy hay que reclamar de nuevo humildad, aunque sea un poquito y por favor.