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Un mal día lo tiene cualquiera

El revolucionario muerto en la bañera

El 13 de julio de 1793, en plena Revolución francesa, los jacobinos dominaban sobre sus enemigos los girondinos en su lucha por el poder

Cuadro del cuerpo sin vida de Jean Paul Marat, hecho por el pintor Jaques Louis David / Getty Images

Cuadro del cuerpo sin vida de Jean Paul Marat, hecho por el pintor Jaques Louis David

Ser revolucionario nunca ha sido la mejor ocupación para alcanzar una anciana edad. Esto fue particularmente cierto durante la Revolución francesa, en la que muchos de sus protagonistas probaron el invento popularizado por el Dr. Joseph-Ignace Guillotin. No fue el caso de nuestro protagonista de hoy, Jean-Paul Marat.

El 13 de julio de 1793, la facción de la que formaba parte Marat, conocida como los jacobinos, estaba en una posición envidiable.

Habían conseguido desplazar del poder a sus rivales más moderados, los girondinos. Su camino al poder en la Francia revolucionaria había estado marcado por la sangre. Uno de estos hitos sangrientos tuvo lugar en septiembre del año anterior, cuando más de mil prisioneros fueron ejecutados sin juicio alguno.

Para algunos, el culpable de estas ejecuciones había sido Marat, porque se consideraba que su periódico, L’ami du peuple (“El amigo del pueblo”) los había instigado. Una de las que creía esto era Charlotte Corday, una simpatizante de los girondinos.

Marat tenía una enfermedad de la piel que hacía que le picara de forma insoportable si no estaba metido en agua. Tanto es así que cuando su facción consiguió hacerse con el poder el 2 de junio, él se convirtió en un pionero del trabajo a distancia, usando su bañera como escritorio.

Y ahí fue donde lo encontró Charlotte Corday cuando consiguió entrar en su domicilio y clavarle un cuchillo que llevaba escondido en el corsé.

Marat murió casi en el acto. Charlotte fue ejecutada poco después y Marat, en cierta forma, consiguió la inmortalidad, al ser retratado por su amigo Jacques Louis David en el lugar y la postura en los que fue asesinado. El cuadro se convirtió en un icono de la revolución, asegurando que Marat nunca fuese olvidado. Ni su bañera tampoco.

 
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