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Rossina y el Decamerón: historia a treinta y cuatro manos y pico

Todos, a nuestra manera, intentamos que el confinamiento en nuestras casas no nos aísle. Esta pesadilla no puede convertirnos en islas desiertas. Es tiempo de hacer cosas juntos. ¿Cómo? Por ejemplo, contando historias

undefinedRoberto Cuadrado

Madrid

Julio Llamazares escribió un artículo en el diario “El País” que recordaba cómo fue tomando forma 'El Decamerón' en tiempos de la epidemia de peste. Y con Julio Llamazares empieza esta historia colectiva escrita a treinta y seis manos por gente de la calle. Cada persona tenía que añadir veinte, treinta segundos a partir de donde la había dejado el anterior.

Llegué a Florencia con la intención de conocer el Duomo, la Galería de los Uffizi, la de la Academia, el Palazzo Vecchio, la Basílica de San Lorenzo y de Santa María Novella y todas las maravillas artísticas y arquitectónicas que llenan la ciudad, pero sobre todo con el deseo de descubrir la villa campestre en la que, según Boccaccio, se recluyeron durante 15 días diez florentinos huyendo de la peste. Y que con sus historias, contadas, alimentaron otra maravilla, está hecha con palabras en lugar de con mármoles o piedra: el Decamerón.

El recuerdo de aquel viaje me cayó a los pies desde lo alto de una estantería, un álbum de fotos con las tapas manchadas de café. No es lo único que he encontrado durante estos días de confinamiento, la vedad. También he encontrado un hombre y a un niño que está dejando de serlo. Cada día, al despertarme, salgo a explorar mi piso. Siempre encuentro algo nuevo. Y el Decamerón me dio la idea de compartir con ellos esta historia.

Julio Llamazares escribió un artículo en el diario “El País” que recordaba cómo fue tomando forma 'El Decamerón' en tiempos de la epidemia de peste

Julio Llamazares escribió un artículo en el diario “El País” que recordaba cómo fue tomando forma 'El Decamerón' en tiempos de la epidemia de peste / Foto cedida

Julio Llamazares escribió un artículo en el diario “El País” que recordaba cómo fue tomando forma 'El Decamerón' en tiempos de la epidemia de peste

Julio Llamazares escribió un artículo en el diario “El País” que recordaba cómo fue tomando forma 'El Decamerón' en tiempos de la epidemia de peste / Foto cedida

Volvamos a Florencia. Plaza del Duomo al caer la tarde, abarrotada de gente que sale a contemplar la luminosa maravilla escultórica patinada por los últimos rayos del sol de agosto. Apabullado por tanta belleza y en medio de tanta algarabía, surgió en medio de la plaza una niña de belleza rara que, con sus ojos negros y profundos y sosteniendo en su mano una rosa blanca, cautivó mi atención.

¿Dónde había visto antes una rosa blanca así? Había sido aquella misma mañana, durante mi visita turística a la basílica de la Santa Croce. Una tumba cubierta por ellas la tumba donde reposaban los resto de Gioachino Rossini, el famoso compositor y músico de “El Barbero de Sevilla”. Parecía estar oyendo los compases de su opera que me transportaban otra vez hacia la basílica. La niña de la rosa se dirigía hacia allí y yo con ella, tras aquella Rossina misteriosa.

La madre de Rossina, Victoria, era una mujer fuerte. Había nacido al lado del mar y en las noches de cerrazón, a gritos, guiaba a los marineros hacia el puerto. Y había escuchado al poeta decir: “La vida es arrostrar adversidades que el viento en su silencio va dejando”

Y esos vientos del pasado, trajeron a Victoria hasta Florencia. Vientos de los que ahora no vamos a hablar, porque en mi afán de no perder de vista a Rossina, apresuré tanto el paso que caí dentro de una pequeña fuente. Fue en ese instante cuando escuché su risa, esa alegre y contagiosa risa que hacía imposible que pudiera levantarme.

Adriana Martínez: "¡Ay, mamá, mamá, que me he caído de la cama!"

Adriana Martínez: "¡Ay, mamá, mamá, que me he caído de la cama!" / Foto cedida

Adriana Martínez: "¡Ay, mamá, mamá, que me he caído de la cama!"

Adriana Martínez: "¡Ay, mamá, mamá, que me he caído de la cama!" / Foto cedida

Los ojos infantiles exploraron mi cuerpo mojado y el aire de su risa comenzó a secar mi ropa.

- ¿Qué haces ahí? -, preguntó con tono burlón.

- Me he caído

- ¿Me estabas siguiendo?

- Sí, bueno, en realidad estoy siguiendo un recuerdo. Tenía curiosidad por ver qué vas a hacer con esa rosa blanca. ¿Vas a devolverla a la tumba del compositor?

- ¿Compositor?

- Sí, ¿Te suena el barbero de Sevilla?

- ¿Un barbero compositor y de Sevilla? No, no me suena ­-, sentenció la niña con la flor entre sus manos.

- A mi lo que me gusta es cantar y bailar,

“Sé, buscas el calor de un nuevo abrazo

Porque han cortado la calefacción

No estaremos tan cercanos

En veinte cuadrados de amor

Es maravilloso oh oh

Es maravilloso oh oh

Es maravilloso oh oh “

- ¡Ay, mamá, mamá, que me he caído de la cama!

-¿Estás bien, cariño?

-Tienes un unicornio ahí atascao que no puede salir…

Fernando Cabrera, Madrid, doblador

Fernando Cabrera, Madrid, doblador / Foto Cedida

Fernando Cabrera, Madrid, doblador

Fernando Cabrera, Madrid, doblador / Foto Cedida

-¡Ay! Si es que habrás tenido un sueño y de tanto moverte, te habrás caído. Así que vega, a vestirse que hay que ir al cole a estudiar.

Es maravilloso aprender a disfrutar de cada segundo del día con ellos. – Papá, papá…

Mientras peinaba a Rosita para ir al colegio, la niña le contaba a la madre el sueño que había tenido. Y es entonces cuando casi sin quererlo, convertimos la realidad en una aventura. El padre encendía los motores del zeppelin que normalmente utilizaban para transportarse por la ciudad.

-Venga, ¿estáis listas? Hoy nos espera un gran día

-¡Rosita!, ¿llevas el kit de magia que compramos?

La niña tocó la bolsa para asegurarse que llevaba todo consigo. Hoy empieza su primer día en la escuela. En la entrada del colegio, una profesora iba recibiendo a todas las niños y niñas que iban llegando. De repente, una gran polvareda se levantó y apareció el zeppelin del padre de Rosita. La profesora exclamó:

- Pero bueno, ya están aquí los bohemios del barrio. ¿ No pueden venir en el autobús o andando como todo el mundo, qué se creen que estamos en el estadio de los yankees? ¡Ay dios mío, de verdad, otro curso y es que no aprendemos!

Lucía Santolaya, Logroño, freelance de la industria del cine.

Lucía Santolaya, Logroño, freelance de la industria del cine. / Foto cedida

Lucía Santolaya, Logroño, freelance de la industria del cine.

Lucía Santolaya, Logroño, freelance de la industria del cine. / Foto cedida

Sin embargo, aunque este comienzo de curso resultara monótono y perezoso para la quejica “seño” de Rosita, la llegada de esta nueva familia, que en principio le pudiera parecer extravagante, iba a resultar el punto de partida para ese cambio definitivo que la aburrida y acomodada profesora necesitaba hace muchos años.

Rosita explica cómo cruzó el Atlántico en su barco volador empujado por los alisios, sus juegos con frailecillos y alcatraces mientras delfines y peces voladores saltaban a la proa, cómo lleno su retina de azules de cielo y mar y rojos de todas las puestas contempladas. Habla de sus nuevos amigos en islas remotas.

Cuando entrega su primera tarea del nuevo curso, la profesora, incomprensiblemente, le riñe por ser una fantasía, sin saber aun que el relato de Rosita le dará una nueva vida.

-¡Flor, Flor!

Escuché mi nombre a lo lejos

-¡Flor! , - repetía la profesora gruñona de Rossina -, ¡Flooor!

Desperté. Desperté de esa ensoñación a la que siempre me conduce la escritura. Era la vecina que me saludaba, como cada mañana, desde el balcón.

Ferrán Vallespinós, Tiana (Barcelona), doctor en Biología

Ferrán Vallespinós, Tiana (Barcelona), doctor en Biología / Foto cedida

Ferrán Vallespinós, Tiana (Barcelona), doctor en Biología

Ferrán Vallespinós, Tiana (Barcelona), doctor en Biología / Foto cedida

-¡Hija, que pareces un geranio más! ¿Pasa algo?

-Nada, Rossina. Me quedé colgada en alguna musa.

-Voy dentro, -rie y se despido con la mano

Miro la calle. Está tranquila. Entró la vecina unos minutos más tarde. Sonaba en la casa un disco de Camarón.

“A dibujar esta rosa

Ayúdame, compañera,

que yo solito no puedo

dibujarla tan hermosa.”

Ya lejos de Florencia, muchos siglos después, pensó la mujer en ideas antiguas que habían ocupado la mente de otros antes. Concluyó en su pensamiento que hasta ahora y desde entonces, no ha dejado el hombre de renacer, de inventar nuevas historias para contar la vida que nos pasa.

Las historias y las tareas de Rossina hicieron desaparecer poco a poco el recelo y la terquedad de su profesora. Aquellos diez florentinos de los que nos hablaba el Decamerón salvaron su encierro gracias a narraciones orales e ingenio. La confianza e inocencia de la narrativa de Rossina salvó mucho más que eso. Marta paso en un tiempo a ser la directora de la escuela que tan famosa es hoy en día. Dedicó su decencia a transmitir su alegría a los más pequeños porque son aquellos que te la devuelven con toda sinceridad. Gracias a sus historias e imaginación, Marta superó todos los prejuicios que la bloqueaban. Flor, la vecina de Rossina, escribe desde hace unos meses esta bonita historia que comenzó gracias a un álbum con las tapas manchas de café.

FIN

Son autores de esta historia, por orden de aparición…

Julio Llamazares Vegamián, León, escritor; Irene Rodríguez, Cuenca, Marketing; Elías Hoyal, Potes, Cantabria, párroco; Anna Bedmar, Barcelona, archivera; Alexandre Nerium, Finisterre, marinero y guía de museo; Mari Reyes Márquez, Utrera, Sevilla comerciante de ropa; Felipe Núñez, Torre de Miguel Sesmero, Badajoz, estudiante de filosofía; Adrianna Martínez, Elche, Alicante , alumna de infantil; Sacra Murcia, madre de Adrianna, Irene Catalán, Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, profesora; Fernando Cabrera, Madrid, doblador; Hector Lechuga, Sanlúcar de Barrameda, profesor; Héctor Matesanz, Segovia, también lady Veneno, drag queen; Luz del Olmo, Chinchilla (Albacete), bibliotecaria; Ferrán Vallespinós, Tiana (Barcelona), doctor en Biología; Carmen Bécares, Valladolid, actriz; Alonso Bobes, Lugones (Asturias) diplomático, y Lucía Santolaya, Logroño, freelance de la industria del cine.

Rossina y el Decamerón: historia a treinta y cuatro manos y pico

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