Misión imposible
Al que manda no le alcanza y el que aspira a mandar no tiene alternativa, pero puede bloquear. Dos impotencias y un país atrapado
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Sevilla
Sánchez y Casado no llegaron a ningún acuerdo. Si en algún momento se consideró posible otra cosa es porque nuestra ingenuidad no tiene cura. Casado, perdedor de las elecciones, actúa como si hubiera ganado. Exige al Gobierno centralidad, la que el PP tuvo y extravió, y que regrese a la senda constitucional que, como todos sabemos, es una vereda que traza con autoridad indiscutible José María Aznar, el mentor del líder popular y que incluye precisiones desde lo que debe hacerse con Cataluña hasta cuál debe ser la política económica, y que incluye sobre todo el principio fundamental del aznarismo en la oposición: el hostigamiento sin cuartel y sin excepciones aunque las instituciones se asfixien y la polarización se extreme. Sigue royendo el mismo hueso del resentimiento sin reparar en que el PP solo podrá crecer fortaleciendo su papel en las políticas de Estado, que el nihilismo y los bloqueos engordan a Vox y que a los partidos con vocación o experiencia de gobierno, como el PP, les destiñe el paso del tiempo sin tocar poder.
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Si el pecado de Pablo Casado es olvidar la magnitud de su derrota, el pecado de Pedro Sánchez es olvidar la precariedad de su victoria. No les va a ser fácil aceptarlo, pero ambos se necesitan y las soluciones a los problemas de España necesitan a ambos. Problemas, por cierto, cuya dimensión impresiona pues afectan a temas estructurales. Cuando vemos que los desacuerdos entre los dos principales partidos se refieren a la Constitución o a la organización de la Justicia y cuando nos comunican que ni se vislumbra el menor acuerdo, nos echamos a temblar. Pero esto es lo que hay y esto es lo que habrá. Al que manda no le alcanza y el que aspira a mandar no tiene alternativa, pero puede bloquear. Dos impotencias y un país atrapado.