Vidas ahogadas en el Mediterráneo
Sonia Moreno ha visitado el pueblo de tres víctimas de uno de los naufragios en la ruta hacia España. Un pueblo humilde, en el corazón de Marruecos, en el que hay muchas más familias que siguen esperando noticias de otros desaparecidos
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Punto de Fuga: 'Vidas ahogadas en el Mediterráneo' (06/12/2019)
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Este jueves tuvimos noticia del mayor naufragio en la ruta de cayucos hacia España. Se localizaron frente a la costa de Mauritania 64 cadáveres de un barco en el que viajaban al menos 150 personas.
Sonia Moreno ha visitado el pueblo de tres víctimas de uno de estos naufragios. Un pueblo humilde, en el corazón de Marruecos, en el que hay muchas más familias que siguen esperando noticias de otros desaparecidos.
Se trata de tres jóvenes marroquíes que cruzaron la frontera de Argelia para llegar a España en barca. Los tres procedían de la misma zona de norte y rural de Marruecos. Estaban casados, con hijos, uno con la mujer embarazada, y todos con trabajos a cuenta propia: uno tenía un taxi, el otro una furgoneta para transportar objetos.
Habían intentado salir desde las costas de Orán, en Argelia, pero la pantera se hundió y las familias dejaron de tener contacto con ellos. Solamente Halid, hermano de uno de los pasajeros que a día de hoy sigue desaparecido, se dedicó a buscarlos. Él nos cuenta que “salen muchas personas, cada día entre 50 y 60, argelinos y también marroquíes. Pagan entre 2.000 y 3.000 euros a las redes de tráfico locales”.
Halid encontró a seis argelinos y dos marroquíes que habían sobrevivido a este naufragio de la partera en la que viajaban al menos 16 jóvenes, por lo que hasta el momento están seguros de que tres han perdido la vida y al menos cinco están desaparecidos. Por lo que nos cuenta el joven, tienen muy claro por qué se fueron del pueblo. “Estábamos trabajando y nos agobiaban con persecuciones permanentes, nos quitaban la mercancía y nos discriminaban. Estábamos sufriendo”.
La salida de marroquíes por la costa argelina es un nuevo fenómeno porque los marroquíes no necesitan visa para entrar al país vecino y en este caso viajaron en avión de Casablanca a Argel, pero también salen por la localidad turística de Saïdia, en el norte, aunque la frontera terrestre está cerrada desde 1994 por problemas políticos entre los dos gobiernos. Desde la asociación marroquí de derechos humanos, su coordinador en la zona, Abdellah Mussedad, nos confirma que salen centenares de marroquíes por Argelia y que había más personas que viajaban en la misma patera: “Si no tienen otra opción, los jóvenes viven la situación que viven. Cada vez que tengan una oportunidad para emigrar van a correr todos los riesgos. Por Marruecos, por Libia o por no importa qué parte del mundo. Lo esencial es que van a intentar llegar a la otra costa”.
Cree que el paso por Argelia es mejor ahora por las manifestaciones en el país. “Cada vez que hay una sublevación las autoridades cierran los ojos a la inmigración para ayudar a los jóvenes a irse y que no causen problemas en el interior. Lo mismo que se hizo durante la sublevación en Alhucemas y en otras partes de Marruecos”.
El camino de vuelta fue más triste porque la frontera se abrió por primera vez en veinticinco años y de manera excepcional apenas unos minutos la tarde del pasado veinticinco de septiembre para dejar pasar las tres ambulancias con los cuerpos de estos tres chicos ahogados.
Un pueblo azotado por la pobreza
La misma noche que repatriaron los cuerpos desde Argelia, la ambulancia los transportó directamente al cementerio. También aparecieron las autoridades, pero nadie informó a las familias sobre el suceso. Eran de una zona rural del interior de marruecos. En las afueras de la ciudad cerca de un descampado en una calle empinada de arena sin asfaltar encontramos la casa de ladrillo de la hermana de uno de los fallecidos. Un hogar muy humilde sin revestimientos ni ventanas.
Su madre, una mujer anciana con tatuajes bereberes en su rostro, estaba acompañada de grupo de mujeres y muchos niños. En la casa de dos pisos no había muebles, solo había mantas y cojines en el suelo. Mohammed tenia 32 años y dos hijos. Su niño de cinco años ajeno a la desgracia jugaba allí en la tienda de campaña que se monta cuando una persona fallece para agasajar a las personas que acuden a darle el pésame. La carpa funeraria permaneció abierta a los vecinos y familiares desde el momento en que supieron que el joven había muerto a pesar de que la familia no recibió el cuerpo hasta una semana más tarde. La otra hija de siete años decidió acompañarnos al cementerio con su madre y su abuela.
Sólo habían pasado dos días cuando les visitamos, por lo tanto, la tumba era de tierra porque en la tradición musulmana no se pone la lápida hasta pasados cuarenta días del entierro. Allí, entre sollozos, su madre nos cuenta que “ya nos informó de que iba a emigrar, quería trabajar, salvar a sus hijos para comprarles ropa y mochilas, para ir a la escuela y ofrecerles educación como hace la gente”. La madre intentó quitarle la idea de emigrar, pero él quería cambiar la situación de la familia y de sus hijos.
El único consuelo para estas familias es que miles de personas recibieron los cuerpos para enterrarlos, algo que es importante en la cultura musulmana. Sin embargo, la tragedia no termina con estos cuerpos repatriados, porque en el mismo barrio, en la misma calle, nos encontramos con dos familias que esperan a sus hijos desde hace semanas. Uno a punto de cumplir veinte años y el otro de treinta, con dos hijos de seis y nueve años, se fueron a Argelia y no saben nada de ellos hasta el momento. Desconocen si están vivos o si sus cuerpos todavía siguen en el mar.
El padre de Mohamed, uno de estos desaparecidos, tiene 70 años y está retirado. Nos dice que quiere pensar que quizás su hijo está en prisión y que volverá algún día al hogar, algo muy habitual entre las familias de los desaparecidos. “Mi hijo es mecánico y tenía su propio taller. Él trabajaba para sí mismo. Muchas personas arreglaban sus coches en el garaje, pero no le pagaban y acabó harto de la situación”, explica.
Halid, el último en verlos con vida, hermano de Mohammed, tiene 36 años, ha vuelto a casa de su padre y ha hecho un repaso de todas las instituciones que visitó en busca de su familia y también del resto de desaparecidos de su ciudad. “La Marina, la gendarmería, los hospitales, el consulado… en Orán. Y nada. Sigue siendo un misterio”.