¿Por qué no modera el debate un ventrílocuo?
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Madrid
En cada campaña electoral tenemos la sensación de vivir el día de la marmota cuando nos enfrentamos al debate sobre el debate. En esta ocasión se ha suscitado la polémica por el pacto alcanzado entre la Academia de Televisión y los cinco partidos participantes para que en el encuentro los periodistas Ana Blanco y Vicente Vallés no puedan plantear preguntas. Es polémica la forma, que los conductores sean tratados como figuras de cartón piedra y no sean invitados a la preparación del mismo. Pero lo que tiene miga es el fondo.
Dice muy poco de la consideración que los negociadores tienen sobre sus líderes que sean capaces de acordar una cosa así. Porque parece mentira que quien quiere gobernar un país tenga miedo a una pregunta. Pero peor aún es la consideración que la Academia y los partidos tienen de los periodistas a quienes, más allá de su función moderadora, pretenden mutilarles esta herramienta básica del periodismo que es la pregunta, esencial para concretar una promesa nebulosa, para profundizar en una idea planteada, para pedir un dato que avale una argumentación genérica, para aclarar a los ciudadanos una intervención confusa, incluso para no dejar pasar un gazapo, todos caemos, que lleve al candidato a prometer “no follar” en vez de “no fallar” a los ciudadanos. Y los tenemos documentados. En fin, supongo que los candidatos se sentirían ofendidos si la Academia ofreciese a un torero o a un árbitro, dignos oficios, como moderadores del debate. Pues debemos recordarles que es igualmente ofensivo que pretendan que lo moderen dos ventrílocuos.