Campeón de la oratoria

Madrid

Decían de él las crónicas que era campeón de la oratoria: subía a los debates universitarios y defendía la posición que tocara, a favor o en contra. No era preciso creerlo, sólo defenderlo. Con el tiempo, obnubiló a dirigentes y opinadores de Madrid, con su verbo fluido, y hubo recepciones en las que eclipsaba a cualquiera: era el centro hecho carne. Entre croqueta y croqueta, había codazos por saludarle.

Prometió la regeneración aunque se negó a la censura de Rajoy. Criticó la provocación aunque en sus manuales calculaban los efectos que tendría ir a los sitios donde le silbaran: corregida de sus estatutos la definición ideológica del partido, las encuestas hacían como en los debates universitarios: ayudaban a decidir en muchos temas si en contra o a favor.

Antes de abrirse a apoyar a Sánchez prometió que nunca le apoyaría. Si recuerdan, a Sánchez -con el que no quiso reunirse- ya le alzó el veto el último día en que se podrían haber evitado las elecciones, pero fue algo tan artificial que ni los suyos lo consideraron. Por eso ahora es noticia que vuelva a quitarle un veto por el que, de hecho, él vetó a quienes le criticaban. Esos críticos se marcharon. Se marcharon por pedirle al líder que dijera lo que dice ahora.

Ciudadanos podría ser el único partido en el que surge una escisión que defienda lo que al final defiende su líder, que ahora presenta la moción de censura en Cataluña que siempre se negó a presentar.

Rectificar, pide Arrimadas. Para la campaña, cabría un debate de los candidatos con su propia hemeroteca. Sería un reto para todos ellos, pero más para quien haya sido campeón de oratoria, curtido en ganar a los rivales más astutos. Capaz de ganar a cualquiera, Albert Rivera. A cualquiera, salvo a sí mismo.

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