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George Sand. Ese señor

Su romanticismo pasó de la fascinación por la muerte y lo siniestro a un idealismo social mucho más solidario y menos cargante

Retrato de la escritora George Sand. / ARCHIVO

Retrato de la escritora George Sand.

Madrid

Las niñas del siglo XIX que mostraran veleidades literarias, las Regentas de la época, corrían el riesgo de ser avergonzadas con una pregunta maliciosa. "¿Qué quieres, ser otra Jorge Sandio?" Sandio significa, por supuesto, estúpido, o con poca cabeza. Pero Sandio era también George Sand, que a su vez ocultaba a Almandine Aurore Dupent.

En ese nombre se concentraban gran parte de los temores del siglo, y convencía a los preocupados padres de que si una mujer escribía, lo más probable es que también se divorciara y mantuviera una airada vida amorosa; eso le llevaría a vestirse de hombre, y de ahí a ser socialista había un paso. Quién sabe cual de esos males había surgido primero; por si acaso, más valía que las niñas no leyeran demasiado y sobre todo, que no escribieran. La frase que ella también tuvo que escuchar: "No haga libros; haga niños" se decía de manera habitual para desalentar a las mujeres. La única excusa de esa terrorífica señora es que era aristócrata, una baronesa, y por si fuera poco, francesa.

Tengo la impresión de que hoy en día se lee mucho menos a George Sand que a Jane Austen o a las Bronte, contemporáneas suyas. Pese a su gran popularidad, y su vistosa figura, pocas personas han leído siquiera Un invierno en Mallorca, una crónica heterodoxa y poco clemente de su estancia en la isla mientras cuidaba de Chopin, su amante más popular, con el que viajó allí en 1838. Es posible que las más discretas inglesas se hayan visto beneficiadas por las adaptaciones televisivas y cinematográficas, y también que sus novelas hayan envejecido mejor.

Sin embargo, la obra de George Sand resulta interesantísima, y su búsqueda constante de una vida mejor para ella y para los demás fue constante y genuina. Su romanticismo pasó de la fascinación por la muerte y lo siniestro a un idealismo social mucho más solidario y menos cargante. La situación de las mujeres le preocupaba mucho, pero en una paradoja machista muy común prefería la compañía de los varones.

A diferencia de otros autores de la época, vivió hasta más allá de los 70, y eso le permitió evolucionar desde la preocupación por el amor libre sobre la que escribió antes de cumplir los treinta a la sólida visión del mundo de sus últimas novelas, como Jean de la Roche. Entre ambas etapas, su denostada defensa del socialismo, y su no menos importante papel como compañera y musa de otros artistas, Musset, Balzac, Lizst. Paulina Viardot, la cantante a la que convirtió en protagonista de Consuelo.

En su autobiografía, la Historia de mi vida, contaba que había sido una niña hermosa y sana, que leía y escribía por la noche, una costumbre que le acompañó largos años, y que corría y jugaba sin tregua por el campo, donde vivía con su abuela, durante el día. De ahí provenía su costumbre de vestirse de chico, para montar a caballo con comodidad, o trampear sin estropearse la ropa. Ya de adulta, en París, los pantalones le sirvieron para algo similar. Contaba que a menudo no sabía distinguir la realidad de la fantasía, y que por eso escribía, para que sus visiones e historias continuaran a su lado el mayor tiempo posible. Más de doscientos años después de su nacimiento, quizás lo que dijo no nos resulta familiar: pero aún recordamos lo que quiso decir y lo que demostró.

Vida y obra de Almandine Aurore Dupent

03:35

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