Lo que peor sabemos hacer
¡Qué fatalidad! Con la cantidad de cosas que nos salen estupendamente,
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undefinedVÍDEO: ROBERTO CUADRADO
Madrid
¡Qué fatalidad! Con la cantidad de cosas que nos salen estupendamente, las circunstancias políticas nos obligan a hacer lo que peor sabemos: acordar con los diferentes. La vez que lo conseguimos en la Transición pasamos a la historia. Hay pocas cosas más contrarias a nuestro temperamento que la fiera gestión de las discrepancias. Nos sobra pasión y además nos falta costumbre porque, ¿se han fijado ustedes?, vivimos en la sociedad del asentimiento, mejor dicho, de la ficción del asentimiento. Miren ustedes a su alrededor. En las cenas de amigos se eligen los temas de conversación en función de la presunción de unanimidad y cuando se comenta el problema de algún conocido con su pareja o con sus hijos la coincidencia en lo que debió hacer o en lo que no debió hacer es sencillamente maravillosa. Luego liberamos las discrepancias en otros temas, temas ligeros: fútbol personajes populares, etcétera.
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La razón de esta cultura del falso asentimiento es la precaución. Porque es un hecho conocido por todos que en España no sabemos discrepar. La discrepancia degenera enseguida en riña. La discusión serena y civilizada con puntos de vista divergentes es práctica tan extraña a nuestra manera de ser como la sauna finlandesa. Por eso tenemos esta expresión popular: “llevar la contraria”, que es mucho más que el simple contradecir, que indica contradecir con mala uva, contumacia, avinagramiento, espíritu de bronca.
Como nuestros políticos, Sánchez, Iglesias, Casado, Rivera, Abascal, etcétera, son también hijos de este país y, como no pueden asentir porque su oficio les obliga a la confrontación de ideas, muestran torpeza y soberbia a partes iguales. Todos son menesterosos electorales porque no le llega ni al que más tiene, el PSOE, pero se comportan como si les sobrara. Nadie pide, todos exigen. Y así van a trompicones los pactos tanto en la derecha como en la izquierda. Todo está en globo. El resultado de sus encuentros es tan imprevisible como una partida de dados. Crucemos los dedos.