Una dolorosa conclusión
Los que no somos juristas vimos ayer el alegato final de los acusados con la esperanza de creer que algo puede cambiar políticamente fuera de los carriles de la justicia, algún aterrizaje en la realidad de los líderes independentistas catalanes
Madrid
Corresponderá ya al nuevo curso político conocer la sentencia del juicio del procés y, en función de ella y de las reacciones que provoque, averiguar cuánto hemos aprendido de este largo periodo de estrés y sufrimiento en España, de desgobierno en Cataluña y de pérdida personal de los encausados. A los magistrados corresponde hacer ahora el delicadísimo y solitario ejercicio de deliberar primero y dictar después una sentencia que acabará recurrida en Europa, donde el Tribunal de Derechos Humanos ya ha dicho este trimestre que los poderes de Estado se defendieron y defendieron la Constitución en aquel otoño del 17.
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Los que no somos juristas vimos ayer el alegato final de los acusados con la esperanza de creer que algo puede cambiar políticamente fuera de los carriles de la justicia, algún aterrizaje en la realidad de los líderes independentistas catalanes. No fue eso lo que se vio, no solo por parte de quienes tienen el derecho de defenderse, sino por parte de quienes desde fuera como el president, Quim Torra, concluyó diciendo: “Estoy convencido de que lo volveremos a hacer”. Ninguna esperanza de que en algún momento hable para todos los catalanes. Esa es la dolorosa conclusión, no del juicio -eso corresponde a los jueces-, sino de este largo y estéril tiempo de enfrentamiento con la ley y con la realidad.