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'El bailarín', más arte que política

El actor Ralph Fiennes se centra en el primer viaje al extranjero y la deserción en París del bailarín ruso que cambió la danza masculina del siglo XX. Un personaje ambicioso y arrogante fascinado por el arte y la cultura en los años 60

El bailarín ucraniano Oleg Ivenko da vida a Rudolf Nureyev / DEAPLANETA

El bailarín ucraniano Oleg Ivenko da vida a Rudolf Nureyev

Madrid

Hace 20 años Ralph Fiennes leyó la biografía de Rudolf Nureyev, el bailarín ruso que cambió la danza masculina del siglo XX. Desde entonces, había imaginado cómo trasladar a la pantalla la historia del 'cuervo blanco', un joven ambicioso, dominado por una pasión que quería convertir en arte.

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En su tercera película como director, el actor británico, que también se reserva un papel como profesor de ballet, huye del biopic clásico para centrar el relato en la deserción del bailarín durante su primer viaje al extranjero, a un París que miraba con recelo a Rusia en 1961. En plena Guerra Fría, la huida de Nureyev fue un duro revés para la Unión Soviética.

Fiennes buscó a David Hare, guionista de Las horas y El lector, para adaptar esa parte del libro y crear tres líneas temporales que retratasen la complejidad de un personaje brillante y lleno de claroscuros. Nacido en un tren en un trayecto desde Siberia, su origen humilde forjó un carácter duro y combativo. La juventud en Leningrado, ahora San Petersburgo, le despertó su amor por la danza y el arte. Su formación tardía la suplió con tesón y esfuerzo hasta convertirse en un referente del ballet Kirov, uno de los más prestigiosos del mundo.

El hambre cultural de Nureyev explota en su viaje a París. Fascinado con Rembrandt, visita Notre Dame y el Louvre y queda enamorado de la vida artística e intelectual de la capital francesa mientras la KGB, los espías, lo seguían de cerca. La cinta aborda esta tercera etapa con flashbacks a las dos anteriores, lo que, por momentos, ralentiza y desdibuja la potencia de la historia. Con una puesta en escena clásica y austera, Fiennes le imprime verosimilitud con la presencia de actores rusos y diálogos en ruso -él mismo tuvo que aprenderlo-. El joven bailarín ucraniano Oleg Ivenko debuta como intérprete con un papel portentoso, su gestualidad y sus movimientos devuelven al Nureyev que desafió a la técnica clásica para feminizar y dotar de alma cada baile.

La historia toca de refilón su vida personal, sus experiencias sexuales con mujeres y hombres. Y su relación con la intelectualidad francesa, Clara Saint, que aún vive, ayudó a la producción del largometraje con detalles de la historia. Esa inmigrante chilena con lazos con el poder pasaría a la historia como la mujer que hizo posible su deserción.La actriz Adèle Exarchopoulos, la de la de La vida de Adele, da vida a esa joven que modeló y aguantó la arrogancia desmedida del genio. La libertad y la cultura en el centro, más allá del trasfondo político y personal, El Bailarín es un relato de amor al arte, al poder transformador de todas las disciplinas, a la inspiración en un cuadro, en una partitura, en una coreografía.. La vida de un buen bailarín que se empeñó en ser un artista.

 
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