Sánchez se la juega a una carta
Josep Ramoneda analiza las posibilidades que se le abren a Sánchez tras su intento fracasado de sacar adelante los presupuestos, la actitud de la oposición de derechas y los independentistas, y el desarrollo del juicio al procés
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Sánchez se la juega a una carta
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Barcelona
La pasada semana, cuando parecía que tenía los presupuestos amarrados, al presidente Sánchez le entraron las dudas: apurar la legislatura con el apoyo independentista o convocar ya. Y parece que llegó a la conclusión de que no hay ninguna razón objetiva para pensar que a final de año su situación sería mejor que ahora. Sin embargo, el martilleo cotidiano del juicio a los independentistas no parece el mejor acompañamiento para una campaña electoral. Sánchez se la juega a una carta: ganarse la confianza de la mayoría de ciudadanos que quieren una solución dialogada para el conflicto catalán. Con la derecha enrocada y con Podemos en plena crisis de identidad, Sánchez debería tener amplio espacio para crecer. Pero cuidado con las dudas y las vacilaciones que asustan al potencial votante.
Dice Albert Rivera: “Hoy ha perdido Sánchez y ha ganado España”. Exactamente lo contrario de lo que decía el sábado. ¿Qué es lo que ha cambiado? Que el voto independentista ha pasado de pactar con Sánchez a votar contra los presupuestos. El demonio independentista en el papel de ángel redentor. Quizás para compensar, Albert Rivera ha dejado claro que esta vez no pactará con Sánchez. Es decir, queda oficialmente consagrado el tripartito de derechas como alternativa al PSOE. Ciudadanos renuncia a la polivalencia como ya quedó claro en la plaza de Colón. Vox ya es de la familia.
Al rechazar los presupuestos, el independentismo se desprende de una de las cuerdas que le aguantaban en la pared. El Govern pierde recursos y la derecha, acecha. Pero a los creyentes, como Torra, estas cuitas humanas no les importan: sus fantasías siempre estarán por encima de la realidad. Y la moral actuará de coartada de su irresponsabilidad política.
Los abogados defensores alternaron ayer discursos políticos con argumentaciones muy técnicas y hoy la fiscalía no se ha contenido en absoluto en sus respuestas. Afirmar que es “un juicio en defensa de la democracia española” o que “los acusados querían hacer claudicar al Estado” o "que no pueden unos pocos decidir sobre lo que es de todos”, corresponde al análisis político y no a la presentación de hechos objetivos y debidamente probados que se espera de un fiscal. Por mucho que se repita que no es un juicio político, en la sala, es difícil resistirse a caer en la tentación. Es inevitable a la vista de cómo se ha llegado hasta aquí.