Vergüenza
Josep Ramoneda reflexiona sobre las palabras del portavoz episcopal José María Gil Tamayo, en las que culpa a la sociedad española de una "cultura compartida de silencio" en cuanto a los casos de pederastia. Analiza la reunión entre Urkullu y Torra, el clima político de Madrid y los problemas en Podemos
Barcelona
El cinismo clerical no tiene límite. José María Gil Tamayo, portavoz episcopal, reconoce, a estas alturas, el silencio cómplice de la Iglesia con los casos de pederastia, es decir, que sabía pero callaba, pero culpa de “inacción” a la sociedad española en “una cultura compartida de silencio”. Los que amenazaban a los que pretendían hablar y denunciar, ahora les culpabilizan. Los que contribuyeron, como principal aparato ideológico del franquismo, a propagar la cultura del miedo, ahora argumentan que estaban atrapados en ella. Vergüenza.
El presidente Urkullu recibe al presidente Torra y una vez más las diferencias de cultura política y de percepción han quedado manifiestas. De hecho, solo han compartido la indignación por la situación de los presos independentistas. En lo demás un abismo, que no sé si hay que atribuir al carácter o a la inteligencia política. Urkullu aconseja aprovechar la mayoría que apoya al gobierno. Y se muestra dispuesto a acompañar el camino de distensión que la situación política requiere. Torra se sube a la parra: “el ritmo que tiene el pueblo vasco y el catalán para lograr su libertad probablemente no es el mismo”. Dos mundos.
De paso por Madrid, confirmo lo que ya me silbaba en los oídos: hay una verdadera conspiración económica, política y mediática para acabar con la alianza de izquierdas. Y tal es la obsesión, que puede que la prisa, la histeria y la agresividad verbal que habita a sus promotores sean la tabla de salvación del presidente Sánchez. El ruido ya fatiga.
La gente está harta del espectáculo que les damos, dice Pablo Iglesias, a propósito de las peleas de Podemos en torno a la candidatura a la alcaldía de Madrid. Pues, sí: lleva razón. Y ahora solo faltaría que fuera la propia Carmena la que se hartara de tanto infantilismo. Porque, no lo duden, sin Manuela Carmena difícilmente habrá gobierno progresista en Madrid.