Todos los culpables
Es fácil, facilísimo, entender el sofocón de la ciudadanía, que ve como una vez más los poderosos, en este caso la Banca, se salen con la suya y de una manera cruel, cuando los hipotecados tuvieron la miel en la punta de la lengua
Madrid
Olviden toda esperanza a la puerta de su banco, que serán ustedes quienes tengan que pagar el impuesto a las hipotecas. Hay barra libre para denostar y maldecir a los jueces del Supremo, al tiempo que pueden hacer extensivos los insultos a esos banqueros orondos de las tiras cómicas, sentados en grandes tronos, tocados con señoriales chisteras y fumándose gigantescos puros. El caos creado por un puñado de magistrados ha sido de tal calibre que durante días nadie ha sabido qué iba a pasar con miles de millones de euros, yendo por el aire de unos a otros sin que nadie quisiera ni rozarlos.
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Es fácil, facilísimo, entender el sofocón de la ciudadanía, que ve como una vez más los poderosos, en este caso la Banca, se salen con la suya y de una manera cruel, cuando los hipotecados tuvieron la miel en la punta de la lengua. Expliquen del derecho y del revés los razonamientos jurídicos, pero sepan los jueces que tienen perdida la batalla de la opinión pública, que el inmenso error que han cometido por su inaudita y terrible descoordinación no tiene perdón de ningún dios del Olimpo. No pretende este Ojo rebajar sus culpas, pero sí añadir más responsables, que no son otros que esos ministros, letrados, congresistas y senadores capaces de hacer leyes ambiguas, difusas e incomprensibles. Aquellos lodos y estos barros.