Jane Austen. Orgullo, sentido y sensibilidad
Hace más de 200 años de su muerte, pero su obra sigue viva gracias a su estilo. Espido Freire recupera la historia de la novelista británica
Madrid
- No. Debo mantener mi propio estilo y seguir mi camino, y aunque no vuelva jamás a tener éxito con eso, estoy completamente convencida de que fracasaré si sigo otro camino.
"Jane escribía por el placer casi entomológico de hacerlo y de analizar situaciones y personajes, pero también necesitaba el dinero"
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Estas son palabras que cualquier escritor enfrentado a las presiones de su editor ha soñado con gritar alguna vez; Jane Austen las escribió en una carta al bibliotecario real, James Clarke, que cumplía a su vez con un recado incómodo. Le sugería a la escritora que cambiara de estilo y que se dedicara a algo más ligero. Una novela de amoríos, quizás centrados en la aristocracia. O algo con más ritmo. La petición provenía de las alturas: el más fiel lector de Jane Austen (algunos dicen que el primero) era el Príncipe Regente, que años más tarde reinaría bajo el nombre de Jorge IV.
Podemos imaginar a Jane ante su pequeña mesita octogonal de castaño, que aún puede verse en su casa de Chawton, donde escribía las diminutas páginas de octavo de sus manuscritos. Allí había redactado Emma, la brillante y juguetona novela en la que se ríe de todo y de todos, y que había dedicado, muy a su pesar, al Príncipe. En realidad, se le había indicado que se sintiera libre de hacerlo, algo que nunca hubiera hecho de sentirse realmente libre: aquella sería su única concesión a las convenciones sociales y literarias. Jane decidió que con la solemne y un tanto pomposa dedicatoria había cumplido más que de sobra con sus compromisos.
Jane escribía por el placer casi entomológico de hacerlo y de analizar situaciones y personajes, pero también necesitaba el dinero. Era pobre. A los cuarenta años, perdida toda oportunidad social, vivía de la caridad de uno de sus hermanos, en una casa cedida que compartía con su madre viuda y su hermana soltera. La publicación de sus primeras novelas supuso un motivo de orgullo para ella y su familia, y un ligero alivio a la situación de lástima en la que todos la creían. Y Jorge Augusto Federico, el Príncipe Regente, entusiasta practicante de la promoción a dedo, la leía y la admiraba tanto que había comprado un juego de sus obras para cada uno de sus palacios. El rechazo a escribir de encargo con arreglo a sus gustos era una decisión arriesgada, mucho más de lo que ahora mismo podemos valorar.
Jane, como gran parte de la clase media ilustrada, detestaba al Príncipe Regente, que representaba y practicaba gran parte de los vicios que no soportaban: era arrogante, corrupto y ambicioso. No parecía refrenarse ante ningún apetito ni exceso, le faltaba al respeto a su esposa, y, para colmo, mostraba veleidades de caballero y de dandy. Como todos los vanidosos, soportaba mal las parodias y las burlas: una caricatura del Regente podía costar hasta dos años de cárcel al osado.
Sin embargo, es una tentación el descubrir dónde Jane se saltó su habitual cautela, y en qué personajes se mofa, precisamente, de ese hombre al que ella, como dejaba muy claro en su correspondencia privada, odiaba. Un juego más delicioso en tanto en cuanto era arriesgado, y podía significar el final de su carrera. Pero Jane, como sus lectores percibimos cada vez que la leemos, era más inteligente que casi todos los que la rodeaban, y contaba, precisamente, con la ceguera de los estúpidos. El Príncipe Regente meneó la cabeza, complacido ante la dedicatoria de Emma, y después se enfrascó en la lectura de esa obra, en la que se identificaría con algunos de los más nobles y dignos personajes de la literatura inglesa.
No, aunque no vuelva a tener éxito jamás. Jane no lo sabía, pero le quedaba muy poco de vida. Varias de sus novelas se publicaron tras su muerte, y el Regente, ya rey, las leería una y otra vez. No podemos elegir a nuestro lectores; Jane, refinada, divertida y con tanto talento que ha sobrevivido joven y fresca por doscientos años, era admirada por un patán. Eso no dice nada malo de ella. En todo caso, resta un poco de mediocridad al ridículo Regente.