Rato o el fin de la impunidad
Desgraciadamente para él, el mundo ha cambiado y la impunidad ya no se lleva
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Rato o el fin de la impunidad
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Madrid
Al borde de entrar en la cárcel, el otrora todopoderoso Rodrigo Rato tendrá tiempo de ver pasar ante sus ojos el recuerdo de una vida familiar y política llena de padrinos. Desde la fortuna de su padre a la amistad de José María Aznar. Contó después con la generosidad de una oposición -el PSOE- que le facilitó que ocupara aquel majestuoso sillón de mandamás del Fondo Monetario Internacional. Pero tampoco el magnífico cargo le convenció, y se vino a España a hacer dinero en mitad de su mandato, dejando a todos sus padrinos con las vergüenzas al aire. Qué más daba, si los amos del universo nunca tenían que dar cuentas a nadie.
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Desgraciadamente para él, el mundo ha cambiado y la impunidad ya no se lleva. Inmerso en una escalada de fiasco tras fiasco, pero al tiempo amontonando millones, hoy está a punto de que alguien le recuerde aquello de que más dura será la caída. Picoteó aquí y allá, aunque fue en Bankia -ese gigantesco horror que todavía estamos pagando usted y yo- donde definitivamente hundió su carrera y le llevó a los tribunales, donde todavía faltan varios juicios por decidir. Tampoco nos olvidamos, cómo vamos a hacerlo, del resto de consejeros y su utilización vergonzante de las tarjetas, incluidos representantes de la izquierda canónica. Doce millones gastados en vino y rosas. Un auténtico asco.