Muerta, fallecida, difunta, fenecida

Lo terrible es cuando una política ya está muerta, pero muerta, corazón parado varios días y los miembros helados, al tiempo que los feudos se tapan la nariz para evitar el olor a cadaverina, pero la interesada se empeña en bailar la versión disco de Despacito. Cristina Cifuentes ha fallecido políticamente de un ignoto máster que la ha atravesado de parte a parte, otro eslabón que cae de la indecente cadena del PP madrileño. Rajoy se va a encontrar un fantasma en su aquelarre de Sevilla, por estéril que le parezca este asunto. Actuó ayer Cifuentes como la gran experta en marrullerías y juego subterráneo que es, pero nada limpió ¿Y qué decir del portavoz del PP, un notorio faltón llamado Enrique Ossorio, que en lugar de pedir perdón de rodillas, como correspondía, repartió sucias babosadas a la oposición sin tan siquiera molestarse en defender la versión de su jefa de filas? Piérdase usted en la cueva de los miserables, señor Ossorio. La oposición, finalmente, se mueve, y Ángel Gabilondo, que perdió la oportunidad de haberlo hecho en la sesión y apuntarse el papel protagonista, informó posteriormente que el PSOE presentará una moción de censura, la opción anunciada por Podemos. ¿Y Ciudadanos, voto necesario para echar a Cifuentes? De momento, comisión de investigación. Escaso éxito: alargar la misa corpore in sepulto. Por cierto, ¿hay fiscales ahí afuera?