Una ola imparable y un lazo a destiempo
La histórica movilización del 8 de marzo obliga al Gobierno a revisar su discurso y avisa a los políticos de que la sociedad está dispuesta a llevar la iniciativa
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Rajoy con un lazo morado durante un acto el 8 de marzo / EFE
![Rajoy con un lazo morado durante un acto el 8 de marzo](https://cadenaser.com/resizer/v2/CJ35SRL6NZMTXLSAHE5D3LHMGY.jpg?auth=20b789bf293e1e329e9b208c28a17a91a6ee5b1b26fb0f33785fb4587b747ee3)
Madrid
Si la crónica de la semana fuera a escribirse en minúsculas y en su secuencia cronológica, si hubiera sido una semana como las demás, arrancaría en las elecciones de Italia y acabaría con el embrollo catalán. Pero algunas semanas se escriben en mayúsculas y sucede un hito que se expande en las calles y retumba en la intimidad de las casas, que es imparable y todo lo desborda. Desborda, por lo pronto, a la política y pone al Gobierno a enmendarse para que la ola no le deje tan apartado de la realidad que, cuando quiera volver a ella, resulte demasiado tarde. Fue tal el clamor de la movilización feminista del 8 de marzo que extenderá sus efectos a otros países y a las próximas generaciones.
Más allá del alcance social e histórico de la reivindicación feminista -que son los que explican su importancia-, el 8M también impactó sobre un escenario político abotargado, atrapado en la parálisis de sus parlamentos, en discursos que no avanzaban hacia ninguna parte y harto de mirar a Cataluña aunque en Cataluña no ocurrieran más que simulacros y propaganda. De manera que fue la calle la que empezó a moverse. Primero con marchas de pensionistas que se negaban a que la agenda partidista e incluso mediática enterrara sus prioridades. Después, con una protesta que brotó de nuevo en la sociedad hasta convertirse en ese clamor conjunto de hasta aquí hemos llegado. Ante la magnitud del 8 de Marzo, el presidente del Gobierno se puso un lazo morado. Un lazo morado después de que su partido despreciara la huelga por "elitista e insolidaria". En un discurso de un cuarto de hora, Mariano Rajoy dedicó un minuto para una mención lacónica de la igualdad. Igualdad sin regatear, dijo, como antes había dicho que Europa le debe mucho a "grandes hombres de estado". Su discurso era el lazo.
De todas las contorsiones políticas a las que ha obligado la manifestación transversal de las mujeres, la más cruda ha sido la del PP, que no tiene más remedio que entregarse a la autocrítica. Eso no significa que su discurso se haya vuelto de pronto feminista, que el feminismo es "una etiqueta" para la ministra de Igualdad, pero ha tenido que modular sus planteamientos. Algo se ha hecho mal, ha venido a admitir Feijóo, que no deja de descartarse de la carrera sucesoria para que nadie le descarte de la carrera sucesoria.
El caso es que el Gobierno, atropellado, ha caído en la cuenta de la realidad, como esa tarde en que Rajoy descubrió la situación de las camareras de piso porque una senadora le interpeló esta misma semana. "Me ha impactado", concedió el presidente del Gobierno al percibir una realidad que él pensaba remota. De manera desbordante, la marea de mujeres ha enfrentado a toda la sociedad con su machismo y al Gobierno con una desigualdad en la que era mejor no entrar. No le ha ocurrido solo a él, porque Albert Rivera experimenta los mismos límites de la contorsión.
Existe, en fin, el riesgo real de que el Gobierno acabe desbordado por los hechos. Asegura ahora que toma nota. Intenta corregir errores y ya no habla de prorrogar los presupuestos. Gesticula ante los pensionistas. Acuerda con los funcionarios. Como diría Rajoy, hace cosas. Se dice feminista y hasta se pone el lazo morado. Pero la inédita ola del 8M no parece que pretendiera lazos ni buenas palabras. De un Ejecutivo, de los partidos, la ciudadanía suele esperar políticas concretas. Y dinero con que llevarlas a cabo.