Rectificar es de sabios
¿Por qué cuesta tanto admitirlo cuando nos equivocamos? Nos ahorraríamos muchos disgustos, muchos problemas y muchos conflictos
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Madrid
Dice el diccionario de la rae que retractarse significa “retirar algo que se ha dicho o mantenido en el pasado”. Supone, pues, algo más que pedir perdón, o que disculparse; supone –al menos como yo lo entiendo– envainársela, dar marcha atrás y admitir que ese camino –el que fuere– no era el adecuado.
Resulta que este verbo, tan poco conjugado en nuestra vida pública, ha triunfado por partida doble en apenas 24 horas; y no son actores de medio pelo quienes lo han utilizado. Primero, el presidente del gobierno: Mariano Rajoy, como recordarán, patinó la semana pasada en una entrevista en Onda Cero cuando le preguntaron por la brecha salarial entre hombres y mujeres y salió diciendo: “no nos metamos en ese lío”. Bueno, pues ayer en televisión española se retractó de sus palabras y aseguró que está dispuesto “a dar todas las batallas”. No está mal. Y el segundo “retractador” tampoco es ningún mindundi: Juan Antonio Alcaraz, director general de Caixabank, soltó aquello de que “los desahucios eran una leyenda urbana”, le cayó la del pulpo –con toda la razón del mundo– pero también se ha retractado y ha pedido disculpas a quienes pudo ofender con sus palabras.
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Cadena SER / Cadena SER
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Pues miren, debe ser casualidad que coincida, pero a mí me parece que vale la pena destacar estos dos episodios. Recuerdo, además, que ambos casos los denunciamos aquí en La ventana y no tuvimos palabras precisamente amables para sus protagonistas.
Así que hoy es un buen momento para preguntarse ¿por qué cuesta tanto admitirlo cuando nos equivocamos? Nos ahorraríamos muchos disgustos, muchos problemas y muchos conflictos. Porque el “sostenella y no enmendalla” está bien para los romances de caballeros del siglo de oro, pero en la vida real –por ejemplo en la política– es garantía de mal rollo, de sectarismo y de incompetencia.