David Copperfield
Puigdemont ya ha cumplido con el precepto número uno del ilusionismo: atrapar la atención general, que anda tratando de adivinar cómo y por dónde podría aparecer en el Parlament
Madrid
Desde el principio el procés ha venido combinando audacia y astucia para utilizar las leyes o para dislocarlas sin pudor ni escrúpulo, o para burlar las autoridades del Estado. Dos ejemplos clamorosos: el 6 de septiembre, día en el que se aprobaron dos leyes clave, la del referéndum y la de transitoriedad jurídica, saltándose todas las normas con un descarado cóctel de habilidosas por marrullerías; y el 1 de octubre, cuando lograron poner en marcha la maquinaria del referéndum que las autoridades del Estado aseguraban haber neutralizado.
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Saco esto a colación porque creo que estamos asistiendo a otro número de prestidigitación jurídica. Por de pronto, Puigdemont ya ha cumplido con el precepto número uno del ilusionismo: atrapar la atención general, que anda tratando de adivinar cómo y por dónde podría aparecer en el Parlament. Con Zoido y sus hombres en alerta máxima, abriendo maleteros y husmeando por los rincones para cazar a David Copperfield. Luego pasará algo distinto.
Hoy en Bruselas, en compañía del nuevo presidente de la Cámara catalana, Puigdemont estudiará la manera de pedir el voto por delegación en el último instante, cuando al Constitucional ya no le quede tiempo para maniobrar. O para volver a Barcelona y hacerse detener, porque no es inverosímil que logre un permiso para acudir a la investidura y porque reavivaría así la llama heroica de su causa al tiempo que el gobierno entraba en un enredo formidable.
En definitiva, un espectáculo más indescifrable que una película afgana de arte y ensayo, al que para que no le falte de nada tiene hasta un juez que no detiene al que considera un delincuente porque éste quiere ser detenido y a una policía de los nervios no porque se ha escapado un delincuente sino porque está pensando en volver. Sería cómico si no fuera trágico.