La educación política

Uno de los síntomas que mejor explica la actual crisis política, y me refiero al descreimiento generalizado en las élites y el desprestigio del sistema, es que en 40 años de democracia los partidos nunca hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para hacer una ley de educación. Y que esto nunca haya sido motivo de un gran escándalo: se ha dado por hecho con naturalidad que cada partido tenía que tener en su programa electoral una ley de educación, como si la educación fuese en efecto algo una ambición ideológica y no una ambición de Estado. Es decir, como si fuese tan difícil ponerse de acuerdo durante 40 años en cómo mejorar el nivel de los alumnos, como mejorar la calidad de los profesores o cómo atacar el acoso o consensuar el dinero que se dedica a becas.

Han tenido siempre más peso las diferencias que los puntos de acuerdo, algo que tampoco es nuevo. No se ponen de acuerdo con el presupuesto, que el PP quiere bajar este año, pero tampoco con el papel que desempeña la educación concertada o la religión, que en la actualidad sigue contando para la media final. En alguna ocasión el Gobierno ha hablado de líneas rojas para referirse a la Lomce, pero no sé entonces cómo llamar a que la religión tenga un peso específico en la educación y pedirle a los partidos de la oposición que transijan con eso. Quizás sea ahora el momento en que los partidos dejen de pedir sacrificios a los demás y aporten sus propios sacrificios, públicos y privados, incluso en términos electorales.