A patriotismo limpio
Si entre nosotros cualquier cita en las urnas es casi siempre un toque a rebato para neutralizar una amenaza que se acerca -¡que vienen los socialistas!, ¡que viene el PP!, ¡que viene Podemos!- imaginen ahora cuando esto va de verdad en mayúsculas
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La única manera de racionalizar un poco el enloquecido debate sobre la crisis catalana sería conducirlo al terreno de la política aplicada, donde habitan los problemas que los ciudadanos han de afrontar y necesitan resolver, pero es imposible. A 44 días de las elecciones autonómicas ni dichos problemas ni dichas soluciones han aparecido por parte alguna, ni se les espera.
Por el contrario, Puigdemont, con sus desaforados comentarios desde Bruselas, está queriendo elevar el enfrentamiento político al nivel del esencialismo: dictadura contra democracia, siendo él la democracia y España la dictadura con la complicidad de Europa. Puigdemont hace algo muy español, porque en España nos cuesta mucho secularizar la política. Enseguida la atiborramos de conceptos sagrados. La hemos convertido en una subespecie de la teología.
Si entre nosotros cualquier cita en las urnas es casi siempre un toque a rebato para neutralizar una amenaza que se acerca -¡que vienen los socialistas!, ¡que viene el PP!, ¡que viene Podemos!- imaginen ahora cuando esto va de verdad en mayúsculas. Pero es muy mala cosa. Muy mala cosa cuando la política se aleja de la tierra, cuando los problemas ciudadanos desaparecen de la agenda pública, cuando no hay tiempo para hablar de precariedad, ni de recuperación, ni de educación, ni de I+D+i, ni de corrupción, ni siquiera el día en el que la policía judicial en sede parlamentaria señala al mismísimo presidente del Gobierno como beneficiario de sobresueldos procedentes de la caja B de su partido indiciariamente. Muy mala cosa cuando la pelea política es a patriotismo limpio y cuando los electores son llamados a las cruzadas.