Juntos, revueltos y confusos
Ineptitud absoluta en los grandes despachos de los protagonistas, confusión en las calles
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Ineptitud absoluta en los grandes despachos de los protagonistas, confusión en las calles. En una esquina del ring, Carles Puigdemont combina la locura del conductor kamikaze, hasta este precipicio hemos llevado al pueblo prometido, con las triquiñuelas del más taimado de los políticos pequeñitos: a 24 horas de su trascendental comparecencia en el Parlament, todavía nos oculta –sobre todo a los catalanes, tiene delito- si habrá o no declaración de independencia. Y en la otra esquina, Mariano Rajoy exige con su solemnidad habitual que depositemos nuestra ciega confianza en su persona, ignorante, a lo que se ve, de que ya nadie confía en su quehacer, todo en él mecanismo funcionarial de respuesta automática, que a tal infracción le corresponde equis días de sanción. Robot inane, incapaz de haber tomado en tantos años una iniciativa política para afrontar esta crisis y que hoy mismo sigue sin hacerlo. Mientras, en la calle, espectáculo difícil de calibrar, que este Ojo no duda en aplaudir la rebeldía de los partidarios del no a una secesión injusta y antidemocrática, pero un tanto asustado ante tanto batiburrillo ideológico, porque quizá no hiciera falta echar mano de lo más casposo de la derecha patria para hacerse oír. Es chocante escuchar las frases de Josep Borrell amenizadas con el yo soy español, español, español. Del jaleo, la barahúnda y el estrépito nada provechoso puede salir.
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