Cólera
Si fuera capaz de decirle a cualquiera (a quien más le asusta, su jefe, o a quien menos, su mujer) lo que realmente piensa, está seguro de que su soriasis mejoraría
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Historias a media mañana con Espido Freire (15/05/2017) - Cólera
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Madrid
Si fuera capaz de decirle a cualquiera (a quien más le asusta, su jefe, o a quien menos, su mujer) lo que realmente piensa, está seguro de que su soriasis mejoraría. Las manos, su parte más sensible, su termómetro de tensión, dejarían de molestarle. Pero no sabe, no puede, no se atreve. Casi todos los días llega al coche, se encierra, y reprime los gritos que le abultan el pecho. En su imaginación golpea el volante, lanza alaridos. Luego sale, pega una patada a una papelera, se enfrenta a la cámara de vigilancia e increpa al infinito. No se le escapa que son escenas superpuestas de diversas películas: le falta volverse verde. Nadie le enseñó a enfadarse. Tampoco a expresar claramente sus deseos, y ahora, pasados los cuarenta, se siente estafado. No sabe cuánta de esa cólera se dirige a quienes les rodean o a un orden invisible que le colocó ahí, que le hizo así, que le enseña posibilidades y se las niega.
En sueños aprieta y rechina los dientes, y poco a poco nota como se le tensa la mandíbula: la rabia duele. Los músculos crean una coraza. La cabeza soporta el peso de un casco invisible. Se encuentra alerta para un enemigo que no llega, para un ataque invisible que puede caer por sorpresa y acabar con él. La piel se irrita, molesta, como un recordatorio constante de que no puede perder la concentración con las pequeñas tonterías. La agresión llegará por otro lado: y si pudiera decirle a alguien, a quién más teme, a quien menos, lo cansado que está...