Los tomates
Se juró, en esas noches inacabables de emigrante en Alemania, que no volvería a comer un tomate pajizo, una manzana con olor a nabo
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Historias a media mañana con Espido Freire (11/04/2017) - Los tomates
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Madrid
Por suerte, los pulgones han desaparecido: tenía razón su mujer, dos cigarrillos en un poco de agua sirven como un insecticida letal. Juan riega bien las matitas tiernas, para que se vayan con el chorro los esqueletos blancos y huecos de la plaga, y para que los tomates no sepan, en un futuro, a tabaco rubio. Ha salido el sol tras unos pocos días fríos, y comienza a oler a huerta fresca, a promesa de frutos y de fruta.
Se juró, en esas noches inacabables de emigrante en Alemania, que no volvería a comer un tomate pajizo, una manzana con olor a nabo. Llegaban de la fábrica ateridos, porque no había guantes que alejaran el frío de esas calles y de esos pisos, la calefacción puesta lo justo, los niños estudiando bajo una bombilla amarillenta y con una manta sobre las rodillas. Había que ahorrar. Se cenaba una sopa bien caliente, y un poco de ensalada mustia.
Ahora, con tantos años de distancia, recuerda con nostalgia lo bueno de aquel país, que fue mucho. Vio mundo. Regresó con algunos ahorros que ahora quieren quitarle a traición, impuesto a impuesto. Los dos hijos hablan tres idiomas. Ayudó a sus padres hasta que murieron, arregló esta casa. A menudo se junta con los amigos de Alemania, se toman unos chatos y se ríen, con moderación, de las mismas anécdotas.
Regresa a sus tomates, a aquello con lo que soñaba entonces: un buen tomate con aceite intenso, granizado de sal, el lujo de los pobres. Un mes, más o menos, le quedan a estos.