Por encima de...

Madrid

Se ha roto la funda del sofá: claro que no es el fin del mundo, pero como cada pequeña cuestión doméstica me abruma y me molesta. Los arreglos de este tipo nunca se resuelven con rapidez: hay que medir, y comprobar en un par de tiendas, posiblemente encargar a medida una funda nueva, no sé si del mismo color o de otra, porque el sofá se sale mucho de lo estándar.

Me descorazona, como todo lo demás que me rodea y que se ha deteriorado. El grifo monomando gotea. La pintura del pasillo, ya muy rozada, pide a gritos otra mano. Equipamos la casa de golpe, con el préstamo que nos dio el banco, una hipoteca que contemplaba un préstamo para el coche, y los muebles y… Y aún no lo sabíamos, nuestra ruina.

Hemos sido de esos imbéciles que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Me lo recuerda la televisión plana, y algunas fotos que sacamos en el crucero al Caribe, pagado a plazos, como todo lo demás. Eso fue antes de que Juan perdiera el trabajo, y de que a mí me congelaran el sueldo, y de que el precio de los pisos bajara en picado, y de que aquello que iba a ser la inversión de nuestra vida se convirtiera en una carga de noches sin dormir y de conversaciones humillantes, lamentables, con el banco. Hemos estado peor que ahora; podemos pagar una funda nueva. El fin del mundo no llegó cuando parecía. Nos necesitan vivos. Nos necesitan pagando. Pobres, responsables, con un sofá.