Secreto
No es cierto que se quiera a todos los hijos por igual. A mí mi padre no me quiso nunca

Historias a media mañana con Espido Freire (5/1/2017) - Secreto
02:06
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
Madrid
No es cierto que se quiera a todos los hijos por igual. A mí mi padre no me quiso nunca. Ni a mi hermana menor. Quizás porque nacimos cuando ya no había amor entre ellos, con menos dinero y más reproches por parte de mi madre… Nos atendió, cumplió con su deber: mi hermana fue quien le cuidó hasta su muerte, pero nosotras nos quedamos como si fuéramos mesas cojas.
Por eso me aterra descubrir que no quiero demasiado a mi hijo mayor. Me sorprendió, después de su nacimiento, mi imposibilidad para sentir lo que me decían que nos arrastraba cuando nacía un niño. Le quiero, claro, hago cosas que nunca hubiera pensado por él, haría sacrificios mucho mayores. Pero cuando descubrí lo que era el amor arrasador, la locura de una madre, fue cuando nació la niña. Me enamoré como nunca había hecho. Atrás quedaron mi marido, mi madre, y mi pobre hijo.
Es un niño bien educado, bastante guapo, cariñoso. Posee todas las cualidades necesarias para ser amado. Y le irá bien, ya le quieren mucho en el colegio; creo que se las podrá arreglar sin mi amor, por mucho que nos repitan que no hay nada como el amor de una madre. No resulta fácil tampoco para mí: yo quisiera quererle como a la chica, pero no se elige a quién amar, ni siquiera a los hijos. Me asusta, lucho contra ello. Si dedico una caricia a la niña, inmediatamente mimo también al chico. No quiero, bajo ningún concepto, que crezca cojo, como yo. Pero ¿qué hacer?