Viajeros extraños

Madrid

No sé de dónde sacan a las personas de esta estación de autobuses. No a los viajeros; a quienes están por allí, no se sabe de dónde ni a dónde. Yo no los veo en ningún otro lugar, ni en la Plaza Mayor, ni en el parque, ni… han formado otra tribu, que no reconozco ni entiendo. Ahora, antes de la Navidad, hay más gente por más tiempo. Compran los billetes con antelación. Aguardan. Se sientan durante horas en los bancos, quizás por la calefacción. Quizás hagan tiempo, gasten tiempo. No parecen mendigos, pero sí, quizás, personas que viven a otra velocidad, con otros objetivos.

Nunca encuentro los mismos, además. Cuando acarreo mi maleta para irme a casa, en los puentes en los que puedo acercarme a mi ciudad del sur y de olivos, hay siempre una escena que me sorprende. Como un extra del viaje, un happening extraño pero que debe ser tomado en serio, porque no fingen, son reales. Ahora, mientras espero en la dársena, compruebo que en cambio, los que viajamos, parecemos bastante normales. No llevamos a chihuahuas en bolsas de la compra. Todos parecemos saber leer. No discutimos, no comemos de fiambreras imposibles comidas que hace años que ni siquiera probamos. Somos…

Somos todos iguales, fríos, con la misma ropa, las mismas maletas rígidas. La excepción y la anécdota la dejamos en la estación. ¿Por qué? ¿Quiénes son ellos? Alguna vez pareciera que se colara algún niño llorón, alguna pareja que cuenta intimidades a demasiado volumen en el autobús. Pero en general lo interesante se queda en tierra; y cuando llegue la noche ¿dónde irán?