Hasta el primer café

Madrid

No soy humano hasta que me doy una ducha y me tomo un café. Literalmente, no soy humano. Prefiero que ni Leire ni los niños me digan nada, entro gruñendo en el baño y me miro en el espejo. Cada vez pierdo más pelo. Tengo un aspecto terrible. Consecuencias de no dormir. Y de la edad, supongo. Hasta el perro me rehuye, se escapa despacito, con el rabo entre las piernas.

Después, con el primer café, me transformo. Comienzo a ver la vida de otra manera, vuelve la persona cariñosa y detallista que me enorgullece ser. El perro se acerca, apoya su cabeza de orejas largas en mi rodilla, le doy a escondidas un trocito de tostada. Los niños se me echan encima.

-¡Papá, papá!

- ¿Qué pasa, campeones?

Mi mujer me sonríe y me acaricia la mejilla. Se queda con un mechón de cabello.

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- Hijo, me lo estás dejando todo perdido. Se te puede seguir el rastro por el pelo que dejas.

- Chica, qué quieres. Ayer fue luna llena.

- ¿Mucho trabajo?

- No, no me puedo quejar.

Los niños corren a lavarse las manos

-Tenemos que hablar de Lucas -me dije Leire, en voz baja.

- Ya, yo también lo he notado.

- Qué le vamos a hacer, ha salido a ti.

Suspiramos los dos. Una mezcla de preocupación y orgullo nos sacude. Lucas, cada mes es más evidente, ha heredado mi condición.

-Se lo iré explicando poco a poco. Si te digo la verdad, estoy encantado de tener un hijo hombre lobo.