Pasiones ajenas
Las pasiones ajenas nos resultan siempre ridículas, incomprensibles, remotas
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Espido Freire (16/11/2016) - Pasiones ajenas
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Madrid
Las pasiones ajenas nos resultan siempre ridículas. Incomprensibles, remotas. Esa vecina mayor que le compra jamón de pavo del bueno a un gato persa tan anciano como ella, con el pelo lleno de nudos y que, que sepamos, no se ha movido del sofá en doce años. El idiota de nuestro primo, que pide un adelanto de la nómina para irse a ver la Final de la Copa a Berlín, con el frío que hace, las horas de autobús, y para regresar el lunes, sin dormir, con resaca, quizás con una derrota encima, al mismo trabajo en el que le mirarán mal. Esos estúpidos que arriesgan su vida y las de los demás por subir a una montaña, esos que han perdido ya algún dedo por congelación, que insisten en que la cumbre le llama y le susurra…
Y hay más: las colecciones de fascículos de la Segunda Guerra Mundial, la devoción incuestionable por la Virgen de lo que sea por un vecino por lo demás, ateo, el enamoramiento que va a acabar mal, porque todos lo sabemos, de esa hija que ha perdido la cabeza, una casa en la playa que nos está arruinando a todos, el empeño del padre porque el hijo entre en el primer equipo, sea como sea… qué tontería, qué pérdida de tiempo. Qué cosa absurda. Y aún así, qué espantosa es la vida desprovista de pasiones. Qué grima dan los corazones fríos, aquellos que observan, señalan y juzgan, y regresan luego a un cascarón vacío, helado, recién barrido.