El fracaso de la lucha contra la obesidad infantil
Madrid
Las cifras, por mucho que tratemos de envolverlas en papel celofán y lazos, son demoledoras. El 41% de los niños de 6 a 9 años tiene sobrepeso. Lo dice un informe, el estudio Aladino, elaborado por la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición /Aecosan). Es verdad que las cifras desde el último estudio, realizado en 2011, han bajado del 44,5% al 41,3%, pero no dejan de ser cifras alarmantes. Y como he dicho en más de una ocasión, si los planes antiobesidad de las últimas décadas no han frenado el aumento de estas cifras es que las políticas no están bien encaminadas. Y sería un error gravísimo conformamos con una bajada de un 3% en los últimos años. Vale, está bien, pero seguimos en cifras de escándalo, para que se enciendan las alarmas rojas.
Unas cifras lo suficentemente graves como para dar un volantazo. Es verdad que se ha detectado que la economía tiene mucho que ver con la obesidad en los hogares: hogares con menos medios generan más obesidad ( 54,8%), mientras que en hogares con más medios la obesidad baja hasta el 22,6%. Es verdad que los niños que pasan muchas horas viendo la televisión o con las pantallas azules, algo que no pasaba hace no mucho, tienen índices más altos de obesidad o sobrepeso; es verdad que únicamente un 9,1% de los niños consume verduras todos los días; es verdad que los mismos niños de 6 a 9 años no ven el verde en el plato ¡nunca!
Es decir, hay que atajar el problema de la formación de los padres. Pero hay mucho más: tenemos colectivos médicos que siguen apoyando a empresas con alimentos claramente insanos, apoyándolos en sus envases-trampa; hay que evitar que ciertos grupos empresariales sigan metidos en el tuétano del sistema desde el que se quiere luchar contra la obesidad cuando muchos de sus productos no son los más saludables y que hacen dudar de su verdaderos intereses…
Ahí siguen los etiqetados confusos, claramente engañosos en muchos casos; ahí está la falta de iniciativas para rgular ciertas publicidades que invitan a comer insano; ahí está la falta de freno al consumo en determinados ámbitos, como los colegios, de alguna bollería, ciertas bebidas, las chuches, como por ejemplo quiere poner en marcha ahora Andalucía.
Estamos ante un problema muy complejo en el que tenemos mucho que ver los padres, los políticos, las industrias alimentarias, los médicos, los colegios, pero donde claramente hay “actores” que tienen mucho peso en nuestra economía que deben estar, sin duda, pero no dirigiendo la sala de máquinas. Los profesionales de la salud no “contaminados” son los que deben marcar las pautas sin estar coartados por quienes buscan sus intereses…
La nueva ministra, Dolors Monserrat, lo tiene en su mano.